Una traición y un dolor irreparable: Caída Libre | Ficciones

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cantera literaria

Una traición y un dolor irreparable: Caída Libre | Ficciones

"Caída Libre" es la tercera entrega de la cantera literaria, una entrañable colaboración entre Creators y Editorial Novelistik.

Caída libre

por Nadia Contreras

Brota la sangre. En un parpadeo, los platos y los vasos toman el color intenso de la sangre. No veo la herida, sólo la sangre en delgados hilos que lo empapa todo. Y el dolor, estallando en el centro de mi mano como una granada. No cedo. Me sujeto fuertemente arriba de la muñeca y eso hace que el dolor disminuya. En algún lado leí que todo consiste en engañar al cerebro.

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Ella, la que no debería ser mi madre, grita como cualquier madre ante la tragedia. Miente. Miente. Miente. La sangre se pierde entre los platos y se va por el sumidero del fregadero. Lo que realmente veo es la cara de la mujer que no debería ser mi madre y el pasillo largo de la clínica. La clínica es un infierno. Huele a enfermedad, a orines, a muerte. Ella ignora mis comentarios y me sienta de golpe en una de las sillas.

—¡Levanta la mano para que te vean!

Y levanto la mano vendada, ajustada, amarrada con el trapo grasiento de la cocina. Un policía llega y todos salen a empujones. Quedamos los heridos, los enfermos, los moribundos.

Estoy sentada junto a un hombre que apenas levanta la cabeza. Se llama Raúl, así lo nombra la que supongo es su esposa. Me gustaría que alguien me quisiera así, incondicionalmente, pero el amor no existe, es sólo una palabra más. La que no debería ser mi madre dice que mi hermano y yo nacimos del sexo. ¡Qué estúpida, dejarse engatusar por ese loco, dejarse engatusar por ese otro loco que tampoco es mi padre!

El dolor es intenso pero no más que aquella primera herida entre mis piernas. "Sigo aquí, hija. Pronto te atenderán, muy pronto", escucho a lo lejos la voz de la mujer que dice ser mi madre. ¡Qué falsa! ¿Es mi madre? ¿Cuántas veces quise que lo fuera? ¿Cuántas veces cuando su hijo, el mayor loco sobre la faz de la tierra, era dueño de mi habitación y mi cuerpo? Pero ¿quién puede creerle a una niña de once años? ¿Quién a una de doce o quince? "Es lo que mereces, por andar de chiflada con tus faldas cortas, tus blusas casi transparentes, tus pantalones ajustados. ¿Qué querías? ¡Es hombre y punto!". "Pero no te quejes, la vida es perfecta así".

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Por fin me llaman y me dirijo al consultorio. Es tan pequeño como mi habitación, como la casa que se sostiene a fuerza de mentiras en el séptimo piso.

—¿Debe dolerte mucho, verdad?

—No.

—¿Cuántos años tienes?

—Dieciséis.

—¿Quién viene contigo?

—Nadie.

—Necesito hablar con tus padres o tutores porque debo coser los dos lados de la herida. Es algo muy sencillo pero necesito hablar con alguien, además…


Una pastilla, dos pastillas, para calmar el dolor, para calmar la furia. Una pastilla, dos, para besar a mi única amiga, en medio de la noche, desnudas bajo las sábanas. Tres pastillas o cuatro, para desbordar sus pequeños senos y meter mis manos en la parte más tibia. Magdalena se marchó. Se fue con su padrastro y me quedé sola. Seis pastillas, siete, el frasco entero para no sentir el desgarramiento, para no mirar entre mis piernas el color negro de la sangre.

Salgo de la habitación y comienzo a deambular por la casa. ¿Qué hora es? ¿Cuánto tiempo llevo haciendo esto? Me paro frente a la puerta del loco, del gusano. No es dolor: es odio, odio puro. "Te quiero tanto hermana", dice el muy canalla, el muy maldito, y vienen las embestidas y, la que no debería ser mi madre, no es capaz de ver las magulladuras de los brazos, los golpes en el cuerpo, la verdadera herida creciendo dentro de mí.

El fregadero está sucio como cada rincón de la casa. Se levanta del suelo la podredumbre, el olor a infierno. Debajo del hedor, el rastro del accidente. "Mi vida es más que perfecta". Miento. Miento. Miento. Detergente sobre detergente para disolver las manchas de semen; una puerta y otra, para sofocar el grito. El dolor camina dentro de mí, como yo dentro de la casa. Si la sangre escapa del cuerpo ¿por qué yo no? La ventana abierta también es sumidero.

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