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parejas fatales

Cuando el amor se convierte en una colisión solar: Medea y Jasón

Dos soles se orbitaron, pero uno terminó por consumir al otro. La antigua historia de la tragedia griega de Eurípides.
Charles Andre van Loo (Circa 1759).

Es agradable salir de un prolongado encierro y exponerse al sol. Hay algo delicioso en sentir los rayos contra la piel y sentir que el cielo abierto sonríe. Pero hay tardes calurosas nauseabundas, donde el sol quema irremediable e irreparablemente. Lo mismo con el amor. Y no, no se tratará de un amor doliente que camina en el asfalto sollozando lo perdido. Aquí va la convulsión que requiere el sol para ser él mismo; la amenaza silenciosa de un astro que viene a comerse la vida. Eso son Jasón y Medea.

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La historia de esta pareja viene por entregas y el mito se remonta a tiempos antiquísimos. Pero Eurípides entrega en su tragedia, Medea, la descripción de cómo dos estrellas se consumen. Jasón era un astro pequeño que, como muchos, tuvo la suerte de un destino alterado por el oráculo y le es quitado su trono. Su tío que era el rey, Pelias, jura devolverle lo suyo si encuentra y regresa con el vellocino de oro, una piel de carnero que salvó a su antepasado. Jasón forma una tripulación, los Argonautas, y va a resolver el asunto. A medio camino, se encuentra con una hechicera llamada Medea que lo ayuda a sortear los peligros. Obtuvieron el vellocino de oro y retornaron a Yolco, donde planearon la muerte de Pelias. Gracias a este asesinato son exiliados de Yolco y llegan a Corinto, donde vivieron una mañana fresca y luminosa de diez años.

Christian Daniel Rauch - Jason und Medea

Las limitaciones astronómicas de Jasón lo orillaron a querer incluirse en un sistema más grande, de alimentarse de otras luces. Encontró hogar perfecto en Glauca, hija de Creonte, rey de Corinto. La princesa era estelar; largos bucles, blancas mejillas y un reino. El astro pequeño decide traicionar a Medea y desposarla. Pero se olvidaba de una cosa: Medea no era una estrella cualquiera, era el sol. Dentro de un medio día sofocante, donde el calor rebota y asquea, se sitúa la tragedia de Eurípides.

Creonte tiene la determinación de exiliar a Medea, con sus dos hijos, por temor a la venganza. Y es que bien se sabía que este astro era bruja, calificativo que oscilaba entre la admiración y el desprecio; "eres de naturaleza hábil y experta en muchas artes maléficas". Es molesto para los astros menores estar a la sombra de los mayores; "yo misma participo de esta suerte, ya que, al ser sabia, soy odiosa para unos y para otros soy hostil". Pero no se piense en Medea como un fulgor constante, neutro, monocromo. La corona del sol se encontraba inestable: su amor decidía dejar de orbitarla y una nítida, saturada línea roja atravesaba su superficie. El parteaguas del despecho.

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Jasón, en su mediocridad, le restregaba su irracionalidad; "[…] las mujeres llegan al extremo de que, mientras va bien su matrimonio, creen que lo tienen todo, pero, en el caso de que una desgracia lo alcance, lo más provechoso y lo más bello lo consideran como lo más hostil". Lo más provechoso era casarse con Glauca para dar a los hijos la posibilidad de una casa real, un buen linaje. Y claro, Medea comete el error de querer calentar más al mundo y por ello merece el exilio. Es propio de un astro menor no reconocer la grandeza, pues la opacidad les parece inadmisible. Minimiza la ayuda que Medea le brindó en su misión, aludiendo más bien a los dioses. Lleva su arrogancia a puntos protagónicos, sugiriendo que es mejor aceptar que fue Eros, disparando sus flechas, quien la obligó a ayudarlo y no una sincera voluntad.

En la corona del sol, sucede un fenómeno al que se denomina protuberancia. Enormes columnas de gas se forman y se extienden a lo lejos. Las hay eruptivas, que son verticales y avanzan velozmente. Algunas se observan en forma de largas llamas brillantes sobre la superficie del sol. El rompimiento de la promesa matrimonial produce en Medea justo eso; la línea roja del despecho se incendia, dirigiéndose al objeto antes querido: hay que destruir a Jasón. Por azares del destino, Medea se encuentra con Egeo, un rey que no podía tener hijos. El sol le cuenta su infortunio y le ofrece usar su magia para procurarle herederos, si la recibe en su cuidad y la protege. Egeo acepta. Tenemos entonces, todos los elementos para una erupción solar.

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Una de las cosas más importantes para un griego era la casa. Esto supone el linaje, por eso siempre hay largas listas de árboles genealógicos. Si querías apagar una estrella, debías inundar la casa. Y, aunque extranjera, Medea sabía esto muy bien. Se produjo una erupción solar; un pequeño fragmento de su corona se eleva millones de grados, liberando una gran porción de la energía solar: el arremeter de la venganza. Hasta ahora, la casa de Jasón consistía en el astro blanco, Glauca, y dos estrellas incipientes, sus hijos. Bien podría ser que castigará a Jasón directamente, pero el placer duraría poco. Había que hacer que el fuego solar abarcará más espacio, ser más ambicioso. Medea decide terminar con el nuevo matrimonio antes de empezado. Finge recapacitar y le expresa a su aún marido esta determinación. Pide sólo ser ella la exiliada, a cambio de que los hijos permanezcan en el hogar paterno. Para ello, ofrece regalos a Glauca, una túnica y una corona.

El astro blanco muere quemado cuando se puso los regalos, al igual que Creonte, pues en un intento por salvarla queda pegado a los venenos de la túnica. Entonces, Medea decide ser el sol omniabarcante, matar con una ola de calor a lo más importante: sus hijos. Jasón, sin hacer nada, se ve colapsado; el astro pequeño quedó carbonizado por lo soberbio y enorme del sol.

Las erupciones solares se suelen amigar de expulsiones de masa solar. Una cantidad extensa de materia se lanza hacia el espacio a una velocidad exorbitante. De la erupción de Medea, se proyectó al espacio la miseria de Jasón, cuya vida quedó completamente destruida; "leona, no mujer", le grita. El sol se expande aún más, cuando su abuelo, Helio, le envía un carro alado para que huya. "Y ahora, si te place, llámame leona […]. A tu corazón, como debía, he devuelto el golpe".

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Escultura de Medea y Jasón en Dresden, Alemania.

Jasón, el que alguna vez fue astro, quedó en un desierto sin sombra. Dice uno de los mitos posteriores que se suicidó por la culpa.

Medea, cuya erupción la corona un sol leonado, queda diciéndose "¡ay, ay, qué gran mal son los amores para los mortales!".

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