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Friedrich Nietzsche: el misógino del feminismo

El misógino que más ha ayudado positivamente al movimiento feminista.

Entender a Nietzsche no es fácil. Debido a su poco esquemático estilo, la posibilidad de hacer una teoría unitaria del alemán es compleja, si no que imposible. La emérita Dra. Ofelia Schutte se refería a él como un doble pensador, un filósofo que alberga dentro de sí dos personas. Por un lado, un hombre que celebra la vida como un flujo incesante de energía y poder descontrolados, entendamos esto como un poder prácticamente orgiástico donde todas las pasiones e instintos son expresados sin mesura, en palabras de Nietzsche, Dionisio. Y, por otro lado, uno que habla de la necesidad de leyes naturales, controladoras y jerárquicas que apaciguan a Dionisio. A ese hombre/faceta, el alemán le llama Apolo. Ahora bien, la teoría que genera un eco y se ha adoptado en la filosofía feminista hoy en día tiene un corte inminentemente dionisiaco, de ahí surge el fundamento de la posmodernidad y, claramente, el título del artículo.

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No es ningún secreto que Nietzsche postuló opiniones fuertes y – seguido – sin fundamento sobre la naturaleza de la mujer. Tanto metafóricamente como literalmente dice cosas que difícilmente podrían bajarlo de un misógino. Sin embargo, sus ideas, en particular la noción que tiene de verdad, permitieron que se llevara a cabo la fundamentación ideológica que el movimiento feminista acató y no mucho después de su muerte adoptó.

En primera instancia, la posición de Nietzsche en contra de la moralidad establecida en el mundo occidental comienza por hacer fracturas irreparables en las próximas concepciones que se tendría de la moralidad misma y en la visión de la religión. Nietzsche, al proclamar la muerte de Dios, no está diciendo que ha comprobado la imposibilidad de un ser superior o trascendente, sino que está afirmando la muerte de los valores establecidos en la historia de la humanidad como únicos y verdaderos. Dichos valores, fundamentados ampliamente en la tradición platónica y judeocristiana, han perdido su vigor y llevan al nihilismo. Ahora bien, en ambas tradiciones hay una crítica latente y fundamental al cuerpo; en Platón el cuerpo siempre será inferior a las ideas, es meramente una nave que nos fue asignada, y nosotros debemos superarle por medio de la racionalidad; en la tradición judeocristiana se toma un giro similar y se castiga el cuerpo aún más, aquí es el vehículo por el cual se comete el pecado y la mente, el alma (que podría entenderse como la racionalidad para Platón) se debe imponer a los deseos que van en contra de la ley moral para poder ser digna de la gracia atemporal divina.

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En cuanto a la relación inmediata con el feminismo, Nietzsche ataca la condenación al cuerpo y precisamente le da un giro donde el cuerpo dejará de tener una connotación negativa a los ojos de la moralidad, es más, todo lo contrario, el cuerpo es nuestra manera más importante de acceder y conocer el mundo, revitaliza los sentidos y le da una importancia enorme en su sistema filosófico. Él, al atacar y hacer una fundamentación en contra de una moralidad rígida, es decir, que no puede cambiar, cae en un relativismo moral que sigue por atacar absolutamente todas las estructuras de opresión del mundo, entendiendo éstas como mecanismos que no permitan al ser humano llevar una vida plena por una razón u otra y, evidentemente, el patriarcado siendo una de ellas. Nietzsche propone una “transvaloración de todos los valores” (#TDV) con ello quiere atacar los “fantasmas” que genera en particular, según Nietzsche, la religión cristiana de poder vivir en el mundo “bien” pues la última promesa giraría entorno a una realidad superior a partir de cómo han sido tus actos acorde a la ley moral preestablecida. En términos muy básicos, la transvaloración de todos los valores volver a valorar los términos a partir de lo cual algo puede o ha sido concebido como “bueno y malo”, pero no partir de una ley inmutable y divina sino de una íntimamente humana.

Las teorías de género, al igual que el pensamiento de Nietzsche, están lejos de ser unitivas o apuntadas hacia una misma finalidad, no es necesario conocer mucho sobre teoría feminista para darse cuenta de esto. Si bien por un lado se tiene a Judith Butler que busca disipar la idea del género binario (hombre y mujer), por otro lado, Luce Irigaray, busca establecer que no se debe perder la idea de lo divino sino que hacer lo propio con el género femenino y hacer una trascendencia que sea íntimamente femenina; esto a diferencia de la concepción arraigada de Dios como varón.  Sin embargo, en ambos casos que aquí ejemplifico, la idea de transmutar el género mismo a hacerlo algo que no sea necesariamente cerrado a dos géneros sino a una cuestión de identidad, y pensar que se puede cambiar el establecimiento social de que Dios debería de ser varón no pudieron haber sido logradas sin un antecedente ideológico que, basado en fundamentos tanto culturales como filosóficos, rompa con la tradición occidental platóica-judeocristiana y, Friedrich Nietzsche, con su filosofía de “martillazos” hizo exactamente eso, logrando abrir después de él la posibilidad del pensamiento posmoderno y, con ello, la lucha de muchos de los movimientos sociales que llenan nuestro pensamiento hoy en día.

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Lou Andreas-Salomé, quien fue aprendiz y amada de Nietzsche, lo puso en términos muy claros en una conversación a finales del siglo XIX con el alemán:

“‘El siglo ya va a terminar’, comentó el filósofo loco a la vieja amiga. Se cuenta que entonces Lou tomó su mano y le respondió: ‘Tu siglo, mi querido Friedrich, apenas comienza’”.  (Paulina Rivero, 2015)

Y así fue. Los siglos siguientes, indudablemente, le han pertenecido al filósofo de Röcken, Alemania.

Si te interesa el tema puedes leer: Nietzsche’s Revolution por C. Heike Schotten, Beyond Nihilism por Ofelia Schutte y Nietzsche: Feminism & Political Theory por Paul Patton.

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