Escape en el teletransportador | Ficciones

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CUENTO ILUSTRADO

Escape en el teletransportador | Ficciones

Esta es la tercera entrega de la cantera literaria, una entrañable colaboración entre Creators y Editorial Novelistik.

Escape en el teletransportador

Damián veía fotos del búnker donde se refugiaría cuando Hugo entró al cuarto.

—¡Tengo la solución!

Damián cerró la lap top y miró con fastidio a su compañero de piso.

—No empieces otra vez.

—¡Voy a construir un teletransportador!

Damián se puso de pie y se dirigió a la puerta.

—¡Espera! ¡Primero escúchame!

—Oí suficiente, quítate.

—¡Sólo así sobreviviremos la catástrofe!

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—Estás completamente loco.

Hugo corrió hasta la puerta y se interpuso en el camino de Damián, si no lo detenía se iría al búnker de Marcos, quien jamás dejaría que él entrase; se había tirado a su novia hace unos meses.

—¿Sabes cuál es tu problema, Damián? No tienes fe en nada.

—Tú a mí no me hables de fe. Además, ¿cómo diablos planeas construir un teletransportador?

Hugo odiaba el tono burlón de Damián, pero en lugar de golpearlo, respiró hondo y recordó que llevaba más de un año viviendo en el departamento de su amigo, sin pagar un peso de renta.

—Todo lo que necesito es tu lap.

Damián se rió y miró a Hugo como si hubiera perdido la razón.

—¡Es eso o quedarnos a morir aquí, Damián! Tú decides.

—¿Quedarnos? Yo ya me iba, Hugo, tengo un lugar reservado en el búnker de Marcos.

—Sabes que nunca me dejará entrar.

—No estás invitado.

—¿Vas a depender de ese tipo toda la vida? Será el tirano de esa comuna, tú lo sabes. Tendrás que acatar sus órdenes y ese búnker será un infierno del que nunca podrás escapar. ¿Habías pensando en eso?

Damián recordó que el libro favorito de Marcos era El príncipe de Maquiavelo y que su modelo a seguir era Adolfo Hitler. Volvió a sentarse y, aturdido, se dispuso a escuchar el plan de Hugo.

—Sólo dime cómo vas a construir eso con mi lap top.

Damián no podía creer que estaba discutiendo algo tan insólito con un adicto al crack.

—Desde hace años tengo todo armado, sólo déjame encontrar mi diskette.

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—¡¿ Diskette?! ¡Las computadoras ya no usan diskette!

—No puede ser —–contestó Hugo, con la mandíbula más trabada que nunca.

Damián salió furioso, con todo y lap top. Se detuvo en el puesto de periódico: "¡Fin del mundo inminente!", "Búnkers: cupo agotado" y "El Papa Benedicto sugiere orar" eran algunos de los encabezados. Todo ese pánico asqueaba a Damián. Ver a la gente correr de un lado a otro, sin rumbo, con maletas, como si hubiera un avión que tomar a algún lugar seguro, le parecía estúpido. La única salvación eran los búnkers y ya no había cupo, pero él no tenía de qué preocuparse, ya tenía su lugar en el de Marcos, ese amigo que se sabía de memoria pasajes de Mein Kampf; que creía que había que someter a los "seres inferiores" e infundirles miedo para que nunca intentaran escapar. También recordó que, para entrar al búnker, Marcos exigía que nadie ingresara con aparatos electrónicos, pues quería una comuna libre de cualquier tipo de nuevas tecnologías, "las verdaderas culpables del fin del mundo", según él.

Cuando Damián abrió la puerta de su departamento, encontró a Hugo muy agitado, dentro de algo parecido a una nave espacial hecha de cartón. El asiento era el sillón de la sala, la parte frontal consistía en la televisión, el techo era la cobija de Damián, un costado era la cajonera de Hugo, y el otro era una puerta corrediza, también hecha de cartón.

—¿Se puede saber qué estás haciendo?

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—¿Qué no ves? Y tú, ¿qué no ibas al búnker de tu amigo Marcos?

—Recordé que están prohibidas las lap tops. Toma, te la regalo.

Hugo se conmovió hasta las lágrimas, luego recordó que Damián había decidido abandonarlo.

—No quiero tu pinche lap. Ni tiene para diskette. Además, ya terminé el teletransportador.

Damián vio que dentro de la nave había una mesita y, sobre ella, encendedores, pipas y bolsitas con piedras blancas. La imagen en la televisión era el inicio de 2001: Una odisea del espacio. Hugo sostenía el control del reproductor de DVD, con el índice listo sobre el botón de play.

—Vamos, Damián. Se acaba el tiempo –dijo Hugo, con los ojos más negros del mundo.

Damián sonrió y entró en el teletransportador, ocupó su sitio, cerró la puerta y Hugo apretó play.

Ilustración x Rommy Triay

Texto x Mildred Pérez de la Torre

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