El jardinero que vio a Dios en Xilitla: Edward James

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El jardinero que vio a Dios en Xilitla: Edward James

Una breve retrospectiva sobre la llegada del surrealista a tierras mexicanas.

"México es surrealista" dijo André Breton, y en cierto modo nadie se lo discute. México ha dado claras evidencias de ser un mundo plenamente surrealista, no sólo en el arte, también en la vida cotidiana, en las calles, en los mercados, en los gobiernos, en las tendencias culturales, en las subculturas que abundan y en la diversidad de mundos que coexisten. También ha sido fecundo en los muchos artistas surrealistas, tanto mexicanos como expatriados, que desarrollaron su obra aquí: Frida Kahlo, Luis Buñuel, Leonora Carrington, Remedios Varo, entre muchos otros. Pero hay uno que su nombre no figura en prácticamente ninguna lista de artistas surrealistas ni del mundo del arte en general, y es el de Edward James.

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André Breton

Tras muchas horas de viaje llegué a Xilitla, en la sierra de San Luis Potosí. Cuentan que Xilitla antes era un lugar impenetrable, las espinas y la hierba crecían sin control bajo los árboles y había que abrirse camino a machetazos para poder adentrarse; afortunadamente ya hay vía de acceso. Dentro de esa recóndita jungla se encuentra uno de los secretos mejor guardados por la selva de la huasteca potosina. Quién pensaría que ahí se esconde un castillo- jardín que, confundido con la naturaleza, inspira la imaginación, el mundo onírico y la fantasía. Es el castillo surrealista, conocido como Las Pozas, que un inglés millonario excéntrico cansado de su vida en su palacio europeo (sí, de verdad tenía un palacio, el West Dean de Essex) construyó en la jungla mexicana para dar rienda suelta a su fantasía. En sí misma ya la historia es surrealista.

El musgo va marcándolo todo, confundiendo lo natural con lo artificial. Las figuras nos llevan a pensar que una columna se convierte en tronco, los puentes en lianas y las escaleras en ideas que suben al cielo.

Edward James aquí edificaría uno de sus sueños, su jardín surrealista en donde se levanta un castillo fantástico, fruto de dibujar sus sueños en su Moleskine.

¿Pero quién fue Edward James? Era un inglés proveniente de una familia aristócrata muy rica, íntimamente ligada al rey Eduardo VII de Inglaterra; incluso corre una leyenda de que era el hijo bastardo del monarca debido a sus múltiples visitas a la casa donde creció James, huérfano de padre, cuando éste era un niño. Aunque el propio James ha afirmado que no lo visitaba realmente a él sino a su madre.

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Un rico excéntrico como lo han llamado. Su familia poseía vastas tierras en Inglaterra, un castillo en Essex, fábricas, inversiones y ferrocarriles.

En los años 30 forja amistad con Salvador Dalí, en una época donde éste no era famoso y empieza a comprarle sus primeros cuadros. Dalí veía a James como "el coleccionista de arte más rico de Inglaterra", lo cual era lógico decirlo cuando el propio James era uno de los principales compradores de las pinturas de Dalí. Según los diarios de este último, juntos caminaron por Roma mientras escuchaban a Mussolini gritar sus discursos al pueblo. En aquel entonces, James era muy aficionado a la cacería (cosa que cambiaría cuando se va a vivir a Xilitla), tanto que en 1934 le regaló a Dalí un oso cazado en Groenlandia que medía más de 2 metros; se lo envió en un barco a París y aquel lo pintó de violeta, sosteniendo una bandeja de plata y le mandó poner cajones en el pecho para guardar cuchillos y cubiertos.

En 1938, Dalí y James viajan a Londres a visitar al ya muy anciano y enfermo Sigmund Freud, de quien los surrealistas eran poco menos que fans ya que veían en el psicoanálisis el hermano gemelo del surrealismo. Este encuentro marcaría en James el interés en el mundo onírico.

Edward James cultivó una gran amistad no sólo con Dalí, sino Picasso, Magritte, Stravinsky y, principalmente, Leonora Carrington, con quien mantuvo una larguísima correspondencia en su refugio en la selva mexicana. En París se unió al movimiento surrealista dirigido por André Breton, del cual salió desilusionado al darse cuenta que los que él creía que eran sus colegas sólo lo buscaban por interés (Edward James era asquerosamente millonario). Así conoció a René Magritte, convirtiéndose en su principal sustento económico, al comprarle una gran parte de sus cuadros y dándole alojamiento en Londres.

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James quería ser reconocido como poeta, o al menos como miembro de la comunidad creativa y no como un ricachón que les sirviera de mecenas. Él se definía a sí mismo como poeta, no como arquitecto ni dibujante, lo cual es irónico puesto que su obra literaria es realmente desconocida, y ha trascendido por su arquitectura de Las Pozas.

Un día, Edward James mandó todo al carajo y se lanzó al continente americano a una expedición a la selva mexicana, donde edificaría algo que otros sólo imaginaron. En algún momento de su viaje en México conoce a Plutarco Gastélum, un empleado de la oficina de telégrafos en Cuernavaca, con quién empezó una amistad y lo convence de que deje todo para irse con él a vivir a la selva y ayudarle en su proyecto panteísta que traía entre manos. Lógicamente Gastélum se negó al principio, él no era muy silvestre que digamos. Al final lo convenció y juntos iniciaron este viaje. Gastélum, hábil administrador, empezó a reclutar campesinos, materiales y administrar el dinero de tan ambicioso proyecto. James puso la imaginación y el dinero, Gastélum la administración.

Al principio todo nació como una idea de Edward James por ayudar a la naturaleza en una época de frío y granizo que empezó a dañar los árboles y la vegetación de las tierras selváticas que había adquirido en Xilitla. ¿Por qué no construir esculturas de árboles que ayuden a los verdaderos árboles a sostenerse en estos duros tiempos? algo así era lo que pensaba. Vamos, no sonaba mal. La moda de imitar las figuras de la naturaleza y los estilos de épocas pasadas, de fingir que se tiene lo que no, viene de mucho tiempo atrás, incluso es llevado a lo vulgar tanto en los castillos de los parques de Disney como en las viviendas de los nuevos ricos, celebridades y políticos de hoy en día.

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El jardinero que vio a Dios es el título de su primera novela, nunca publicada hasta muchísimos años después y que tendría cierto paralelismo con Las Pozas, que nació como esa fantasía panteísta de querer ayudarle a la naturaleza (a Dios) a preservar su jardín del Edén por medio del arte y confeccionar plantas de cemento mientras se reponían las de la naturaleza.

Las Pozas parece ser una ruina arqueológica sin serlo, tal vez porque fue construida para aparentarlo. Quizá la razón principal de su atractivo radica en que cada una de las esculturas, columnas, escaleras, dinteles, capiteles, flores gigantes de concreto, genera reacciones metonímicas. Es el lugar perfecto para las metáforas, donde cada visitante tiene que proporcionar a su justa dimensión las partes que falta y terminar de construir un castillo incompleto con su propia imaginación. Edward James nos invita a ser arquitectos de lo surrealista, a completar el jardín que nunca terminó. Es por ello que el castillo se presenta de formas distintas para cada visitante.

Las Pozas no es sólo la materialización de dibujos dentro de la selva de un continente nuevo que marca un espacio de algo soñado por Crusoe o Darwin. El jardín se convierte en un pasaje de un espacio a otro, en laberintos de plantas marcados por formas escultóricas oníricas de inquietante simbología que evocan composiciones pictóricas de sueños y naturalezas muertas. El propio vértigo está construido en Las Pozas.

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Es una metáfora del tiempo en el espacio, no es un hongo que surgió de la nada. Son formas que recurren al pasado para recrear el misterio que genera la vida después de la muerte.

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