Los mapas del inconsciente surrealista de Leonora Carrington | 100 años

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Los mapas del inconsciente surrealista de Leonora Carrington | 100 años

Celebremos los 100 años de Leonora con una delineación de la narrativa que vivió y transpiró en su producción artística.

El Primer Manifiesto Surrealista puede leerse como un mapa. Bretón busca encontrar la Atlántida; una isla donde preguntarse qué es lo onírico es ridículo porque no hay nada más real que el sueño, ni más sueño que la realidad. Pero esta tierra está más allá del límite: non plus ultra. Y Bretón lo sabía.

Juan Carlos Campuzano dice que no es posible hacer arte surrealista, y tiene razón. Tendría que suceder que el artista ejecutara la obra dormido. Lo que más podría acercarse es un sonámbulo, pero en mi experiencia, el resultado es despertar encima del microondas sin saber cómo llegaste ahí. Lo que resultó entonces fue un esfuerzo gigante por aproximarse a la tierra prometida del inconsciente, y el capitán era Freud.

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Leonora Carrington - La artista viaje de Incognito (1949) - Detalle

Antiguamente, los mapas se hacían mitad exploración y mitad fantasía. El cabotaje era el instrumento predilecto; se navegaba por las costas para dibujar los límites de la tierra. A esto se añadían los monstruos marinos y dragones. Así era el método de Leonora Carrington, cuyos mapas no sólo eran pictóricos, los hay también literarios. Y una de las regiones más interesantes de la artista es la llamada Los conejos blancos.

El cuento se desarrolla en el número cuarenta de Pest Street, Nueva York. La protagonista, víctima de un calor infernal, contemplaba la casa de enfrente. Aparentemente, no había nadie ahí. Un día, de la casa salió una mujer que alimentó a un cuervo con huesos. A la mirada de la protagonista, esta mujer, Ethel, preguntó que si no tenía carne en descomposición por ahí. Una pregunta muy útil si se quiere romper el hielo y hacerse amigo del vecino. La curiosidad carcomió a la protagonista; fue a comprar carne, la dejó echarse a perder y esperó la oportunidad para enterarse del chisme.

El deseo por ir a ver qué con la casa cuarenta, es el mismo por saber qué con el inconsciente. Sabemos que hay cosas ahí de las que es mejor no enterarse, pero uno quiere saber qué con su madre. Hay algo en la fealdad de la petición por carne podrida que llama a la protagonista, una especie de atracción por lo desagradable que es inevitable. Así, Carrington comienza a navegar por las costas del inconsciente.

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Una vez en la casa, Ethel comenta que no suelen recibir visitas. Si uno ha visto una película de terror, este es el momento de correr por tu vida si no quieres terminar siendo un tamal. Pero la protagonista quería ver a los conejos. Ethel les lanzó la carne y los conejitos se abalanzaron sobre ella con violencia, "le sorprendería lo individualistas que son los conejos". O los seres humanos.

Había una tercera persona en la habitación. Lázaro era el esposo de Ethel y tenía una venda cubriéndole los ojos. La reprendió por traer visitas, pero le contestó que hace mucho no veía una cara nueva, y que además trajo carne para los conejos. Entonces, Ethel anunció: "Quiere quedarse entre nosotros; ¿a que sí?" Si este relato fuera un sueño, a estas alturas ya sería una pesadilla. Pero podría ser un reflejo de la naturaleza psíquica del hombre; el inconsciente tiene de mascotas deseos que no son padres socialmente.

La protagonista, recuperando su instinto de supervivencia y amor propio, decide poner un pretexto para irse; ya es hora de cenar. Ethel le pregunta si no quiere quedarse con ellos y le hace una oferta que, según, no podrá rechazar: "En siete años su piel se volverá como las estrellas; siete años tan sólo, y tendrá la enfermedad sagrada de la Biblia: ¡la lepra!" Y aunque fuese de mala educación, ella salió corriendo lejos de la lepra y los conejos. Así tendría que suceder con las costas del inconsciente. Una vez vistos los conejos y la pareja creepy que los cuida, uno debería huir sin mirar atrás.

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Evidentemente no es así, porque "[…] una curiosidad malsana me hizo mirar por encima del hombro al llegar a la puerta de la casa, y vi que la mujer, en la balaustrada, alzaba una mano a modo de saludo. Y al agitarla, se le desprendieron los dedos y cayeron al suelo como estrellas fugaces."

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