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Cultură

Fuimos al Lego Fun Fest: la fiebre de ladrillos en Argentina

Descubrimos que además de fútbol y el asado, en Argentina también hay adictos a construir castillos de plástico. "Muy pronto todo salió fuera de control. (...) Compré 70 kilos de Lego”.
Fotos de Ariana

Artículo publicado por VICE Argentina

La primera —y hasta apenas unas semanas la única— referencia que esta cronista del sur del mundo tenía de Legoland era un capítulo de Los Simpsons en el que la familia amarilla más famosa del planeta visita “Blockoland” o “Cubolandia”, según el doblaje mexicano de la caricatura en Argentina. Un universo de atracciones hecho de bloques encastrables. Un guiño de Matt Groening al imperio de los ladrillos de plástico. Quizás eso despertó el entusiasmo ante la noticia: por primera vez llegaba a Buenos Aires la LEGO Fun Fest, una feria que prometía más de cuatro millones de ladrillos distribuidos en cinco mil metros cuadrados y 20 estaciones de actividades. Allí los visitantes podrían zambullirse en una pileta de Legos y hacer angelitos de colores, fabricar universos monocromáticos o personalizar un robot. No era Legoland pero estaba cerca.

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Luego irrumpió otra referencia excéntrica sobre el mundo encastrable: una charla TED de 2010 sobre Lego para adultos brindada por Hillel Cooperman, un hombre de unos cuarenta y tantos que se presentaba como “emprendedor y entusiasta de Lego”. Entonces aparecía él: entrecano, tez de leche, ojos diáfanos detrás de unos lentes de montura fina, y una camiseta con la leyenda: “Stupid raisins, stay out of my cookies” ("Pasas estúpidas, manténganse fuera de mis galletas"). Un total y completo nerd.


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“Entonces, esta es la Edad Oscura”, dice Cooperman y proyecta una foto que bien podría ilustrar el génesis del universo o el film “El día después de mañana”, un renacer posapocalíptico de cielo sombrío, grandes piedras y un horizonte polvoriento, vacío. “La Edad Oscura es el tiempo que pasa entre que uno guardó los Lego por última vez, de niño, y el momento en que decide, como adulto, que está bien jugar con juguetes de niños. Comenzó con mi hijo, en ese entonces, de cuatro años: ‘Oh, debería comprarle al niño algún Lego’. Entré a la tienda. Le compré éste: —la pantalla muestra un castillo gigante. Es la réplica en Lego de Hogwarts, la escuela mágica de Harry Potter; con Dumbledore, Harry, Ron, Hermione y dos tenebrosos dementores verdes cubiertos por sus capas negras—. Es totalmente apropiado para un niño de cuatro años”, ironiza y el público estalla en risas. “Me dirijo a mi esposa y le digo: ‘¿Para quién es esto?’. Y me dice: ‘Para nosotros’. Y le digo: ‘Bien, está bien’. Muy pronto todo salió fuera de control. (…) Compré 70 kilos de Lego”.

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Los fanáticos constructores y coleccionistas de Lego parecen una especie de híbrido: seres brillantes con aptitudes de ingenieros, arquitectos… y completos dementes.

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Fotos por las creaciones del grupo argentino de adultos coleccionistas

Luego de la charla TED sobre la adicción ensamblable, la visión fue clara: en la tierra de los fundamentalistas del asado y la locura desenfrenada por el fútbol, si existían especímenes parecidos a Cooperman en versión albiceleste se iban a reunir en la LEGO Fun Fest, el Disneylandia de los nerds.

Desde la entrada al emblemático edificio color crema de la Sociedad Rural Argentina —un gran predio ferial ubicado en el barrio porteño de Palermo donde año a año la aristocracia agropecuaria realiza su ampulosa Exposición de Ganadería, Agricultura e Industria Internacional— muñecos de Lego de gran tamaño sostienen carteles de bienvenida que marcan el camino a seguir e indican que vas rumbo a “construir y divertirte en familia”, aunque hayas ido solo. Más adelante, un enorme mural de colores brillantes se extiende de piso a techo y anuncia que por fin estás a punto de ingresar a un mundo maravilloso, un multiverso encastrable con posibilidades infinitas.

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Fotos por las creaciones del grupo argentino de adultos coleccionistas

Antes de cruzar el umbral invisible hacia la dimensión que convertirá todo en cubos —tal como nos lo enseñaron Los Simpsons—, desde donde una voz chillona advierte que no hay diversión sin aturdimiento, una gigantografía adherida al muro narra la historia de la empresa fundada en 1932 por el carpintero danés Ole Kirk Christiansen. La vistosa línea de tiempo muestra cómo el pequeño taller que fabricaba bloques de madera se convirtió en una de las compañías de juguetes más grandes y populares del mundo.

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Enfrente, un Harry Potter ensamblado invita a la gran tienda donde la magia está tasada en sumas significativas para un país que, más que sufrir una inflación frenética, vive inflamado. 378 piezas por 5,390 pesos (entre 135 y 140 dólares); 247 por 3,130 (entre 78 y 82 dólares); 79 por 1,399 (entre 35 y 37 dólares) —precios no muy accesibles si consideramos que, según un informe difundido por la Universidad de Belgrano, el salario promedio en Argentina para fin de 2018 era de 468 dólares—. El mundo encastrable puede ser tuyo, pero te saldrá caro.

Más que una cumbre de adictos anónimos a los ladrillos, la feria apunta a la diversión infantil y brinda una muestra del nutrido abanico de productos Lego. Hasta los films resuenan en un mini cine emplazado en medio del lugar, tan pegado a la estación “LEGO city” —donde las personas participan del planeamiento urbano a su antojo— y a un volumen tan alto, que la ciudad de bloques corre riesgo de ser aplastada por un tsunami cúbico tras un terremoto ocasionado por las vibraciones ensordecedoras de los monigotes con manos de pinza redonda. Dan ganas de construirse unos audífonos de Lego.

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Algunos niños corren, se zambullen y nadan en la piscina de ladrillos multicolor; algunos padres arman autos y robots. Todos coinciden: lo mejor de Lego es que permite concentrarse en una actividad fuera de los dispositivos tecnológicos y las pantallas, que estimula la imaginación y la creatividad. Victoria, de 12 años, dice que lo que más le gusta es “buscar la manera de que todas las piezas encajen”. Gran metáfora para la vida.

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De repente un sonido de campanitas, que recuerda el tintineo con el que arrojan polvo mágico las hadas de Disney, suena por los altavoces y una voz de amabilidad algo siniestra, que parece salida de un capítulo de Black Mirror, anuncia que quedan 30 minutos para terminar las creaciones. Algunas familias empiezan a abandonar el predio. En el camino de salida una madre intenta explicarle a su hija, que llora mares porque no le compra una caja de Legos, que ya gastó suficiente dinero en las entradas a la feria, que no puede comprar ladrillos de 1,500 pesos.

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Los argentinos que invierten el salario en su oro de plástico no se reunieron en la LEGO Fun Fest. Ellos se encontraban —como todo aquello que se precie de existir en este siglo— en las redes sociales. Allí, bajo el nombre de Buenos Aires Lego User Group (BALUG), se nuclea la “comunidad de usuarios adultos fanáticos de los ladrillos Lego”.

“BALUG surge como una necesidad: tener una comunidad de coleccionistas adultos de Lego. ‘AFOL’ ( Adult Fan Of Lego) es el término que se usa para designar a quienes consideran a Lego no como un juguete sino como productos de colección. La compañía también tiene un término para estos grupos de adultos: ‘LUG’ ( Lego Users Group) y ‘BA’ es por Buenos Aires”, explica Rodrigo González Santos, que tiene casi 33 años, es periodista deportivo y miembro de la comisión directiva de BALUG. “Al principio éramos cinco o seis y con el tiempo fue creciendo: hoy somos alrededor de 20 miembros plenos, que tenemos entre 25 y 45 años, y nos reunimos mensualmente para compartir noticias, creaciones o intercambiar piezas”.

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Como no podía ser de otra manera, en su foto de portada de Facebook Rodrigo posa feliz en un tren de Legos, entre Williams Shakespeare y un guardia del palacio de Buckingham, bajo un cartel que indica —por si no quedara claro— que está en el #LEGOStoreLondon.

BALUG tiene un presidente y una comisión que se ocupa de tratar los temas urgentes “como ofrecimiento de exposiciones, novedades de Lego”, sin necesidad de convocar al grupo completo. “Al ser un LUG estamos oficializados por Lego entonces podemos recurrir a ellos, consultar sobre nuestras creaciones o realizar pedidos de piezas”, explica González Santos. Los Lego Users Group existen en todo el mundo, “tienen como principal misión el fomento del juego y el trabajo en equipo para lograr grandes creaciones entre todos los miembros que luego son exhibidas en las exposiciones más importantes del mundo”.


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El LUG argento, que está entrando en su quinto año de existencia, se reúne mensualmente pero está en contacto permanente por medio de WhatsApp y redes sociales. “Las creaciones por lo general son muy grandes como para trasladarlas. Yo, por ejemplo, hago casas enormes que son incómodas de llevar en el colectivo, entonces la mejor manera de compartirlas es por las redes”, dice Rodrigo.

En 2018 BALUG hizo su primera exposición. En ella confluyeron distintas colecciones y el grupo trabajó en una gran ciudad con calles, manzanas, edificios y medios de transporte que llegó a tener entre 400 y 500 mil piezas.

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“El problema con nuestras creaciones es que es muy difícil que las compañías de seguros las protejan, que es lo que siempre hemos querido para llevarlas a exposiciones. Con la Lego Fest pasó lo mismo, no pudieron asegurarnos y fue una pena porque teníamos muchas ganas de estar ahí, pero hay que entender que son colecciones muy fáciles de robar parcial o totalmente y eso hace que pierdan valor”, explica.

Rodrigo cuenta que puede pasar cinco o seis horas seguidas encajando mundos posibles: “Es muy personal lo que uno le dedica. Va desde imaginar y empezar a probar, hasta tener la construcción. Hay creaciones que se pueden hacer en unas horas pero estás un montón de tiempo modificando o corrigiendo detalles, imaginando nuevas probabilidades”.

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The LEGO Group ha hecho una promesa al mundo: allá donde operemos, dejaremos una huella positiva”, afirma la compañía en su sitio web. Quizás la mamá que arrastra a su hija entre llantos rogando que le compre Legos disienta. Al parecer, ni siquiera el colorido universo encastrable es perfecto. Hasta a la Torre Eiffel que Lisa traía de Cubolandia le faltaba una pieza.