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hipnosis

Me hipnotizó el mentalista que dejó en shock a una mujer

No creía en el mentalismo hasta que Pablo Raijenstein hizo que mi mano izquierda escribiera sin yo ordenárselo. Soy diestra.
Todas las imágenes por Andrea Briz

"Si no quieres que te hipnotice no te voy a hipnotizar", me dice Pablo Raijenstein cuando le comento que estoy un poco nerviosa. En realidad no sé por qué lo estoy, no creo en nada no tangible desde el día que me fui de catequesis porque la profesora no me supo explicar por qué había niños a los que los Reyes no les traían regalos. Pero me va a hipnotizar el ilusionista que, el pasado mes de febrero, dejó a una mujer en estado cataléptico en uno de sus shows. Y, aunque repito en mi cabeza el mantra "no es magia, son trapicheos", que aprendí en un vídeo de Soy una pringada, el corazón me late más rápido de lo normal.

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Hemos quedado en las oficinas de VICE en Madrid, y aunque el termómetro marca 40 grados, Raijenstein aparece en traje. Quizá sea ese el primero de sus trucos.

La primera de las demostraciones de Pablo Raijenstein consiste en que no podamos evitar que nuestros dedos se junten. A mi amiga Inés no se le pueden despegar después

Le recibo en la sala de reuniones para hacerle unas preguntas antes de que me induzca al sueño guiado. Le digo que si me va a poner a imitar a una gallina y se ríe, y me da un folio con preguntas que siempre le hacen. Entre todas las cuestiones que me entrega para que ahorremos tiempo está la de la chica a la que recogió el SAMUR después de uno de sus shows. Le pido que me hable de ello.

"Cuando el espectáculo acabó alguien en la tercera fila se había quedado en el patio de butacas y que parecía en estado de hipnosis. Estaba atrapada en un trance hipnótico pero ni el SAMUR sabía que hacer" — Pablo Raijenstein

"Ella había venido 19 veces a ver "Mentalismo en el cine", me cuenta. "Esa vez era la número 20 y ni siquiera subió al escenario a participar, sino que desde su butaca siguió las pautas que le di a otro espectador para entrar en estado de hipnosis. Cuando el espectáculo acabó y salí a saludar, me contaron que había alguien en la tercera fila que se había quedado en el patio de butacas y que parecía en estado de hipnosis. Efectivamente, fui a comprobarlo y estaba atrapada en un trance hipnótico. Yo no me asusté porque he visto reacciones de todo tipo, sabía que lo peor que podía pasarle era que tardara más en despertar, pero alguien decidió llamar al SAMUR. Tuvieron que venir tres unidades diferentes porque ninguno de ellos sabía qué hacer, decían que era un caso insólito. Finalmente, comenzó a despertarse sola, pero por seguridad la llevaron a una unidad psiquiátrica para hacerle un chequeo y comprobaron que todo estaba bien. La mujer está perfectamente, y de hecho, ha seguido viniendo a mis shows."

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Sentía que cuando Pablo me hipnotizaba me ponía bizca. En efecto, así era

Pablo me había pedido que me trajera a amigos a la sesión porque "hay personas reticentes a entrar en estado de hipnosis, a las que les cuesta mucho concentrarse" (esa soy yo). Me acompañan Inés y Pablo, los únicos colegas a los que no les ha dado miedo la idea de ser hipnotizados.

Pablo nos dice que nuestros dedos corazón son imanes, no podemos evitar juntarlos. Cuando hemos acabado, Inés tampoco puede despegarlos

Nos sentamos y empezamos. Pablo Raijenstein nos pide que respiremos pausadamente, alcemos los brazos, los flexionemos a la altura de los ojos y juntemos todos los dedos de la mano excepto los corazones. Durante unos minutos, nos sugiere que nos concentremos en las yemas de nuestros dedos. Siento que me pongo bizca, solo veo enfocadas mis manos. Me entra la risa y a Pablo (mi amigo), también, pero cuando el mentalista nos dice que nuestros dedos corazón son imanes, no podemos evitar juntarlos. Cuando hemos acabado, Inés tampoco puede despegarlos. Ha sido muy raro. En ningún momento me he desconectado de la realidad, sabía dónde estaba y qué estaba haciendo en todo momento, pero también sabía que mis dedos eran imanes y que, como tales, iban a juntarse. Y que era inútil intentar enfocar la vista más allá de sus yemas.

Pablo Rainejstein me pidió que me acompañara más gente a la sesión. Solo dos de mis amigos accedieron a ser hipnotizados

Raijenstein continúa con su demostración. Le pide a Pablo que se levante y comienza a darle órdenes para que relaje su cuerpo y lo sienta como un bloque de metal. Le toca distintos puntos del cuerpo mientras le habla con voz de locutor de radio de los tiempos en los que en la radio se podía fumar, y el cuerpo de Pablo se inclina hacia delante del peso. Antes de sacarlo del trance contando hasta cinco a la inversa le dice que, cuando despierte, cada vez que oiga la palabra "mucho" sentirá más y más calor. Pero falla. Pablo dice que no siente más calor, que su temperatura corporal es la normal aunque oiga "mucho".

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Tras este fracaso, Raijenstein va a por el tercer round. Me pide que me tumbe en el suelo. Me dice que mis párpados se están pegando y me toca la frente con dos dedos. Me sugiere que me concentre en ese punto de mi frente y siento que mis ojos se mueven muy deprisa de un lado a otro.

Mi amigo se lleva las manos a la cabeza y se empieza a reír cuando abre el sobre y ve que hemos escrito la misma letra, sin saberlo

Nunca se me habían movido tan rápido, de hecho, creo que nunca había notado a mis ojos moverse mientras estaban cerrados. Me asusto un poco porque pienso que se me van a salir de las órbitas, pero estoy tranquila porque Pablo me dice que están pegados. Cuando me despierta, me asegura que no voy a poder levantarme del suelo. Le digo que sí y empiezo a hacerlo. Me pide que me tumbe nuevamente y vuelve a pedirme que me concentre en mi frente, y que imagine una puerta y después una habitación. No sé por qué pero pienso en un dormitorio lleno de enanos. Antes de despertarme, me dice que cuando oiga la palabra mucho, sentiré frío. Se me pone la piel de gallina justo cuando abro los ojos y me dejan de sudar las manos. No siento que esté en Laponia, pero impresiona.

Yo en el suelo siendo hipnotizada por Pablo Reijenstein

Pablo me pide que me siente en mi silla y me da una pizarra y una tiza. Me pregunta si soy diestra y le digo que sí. Me pide que coja la tiza con la mano izquierda, me tapa los ojos con una venda negra y le pide a mi amigo que piense una letra. Me hace respirar muy despacio, siento que los ojos me pesan aunque esta vez no se mueven. Estoy muy relajada y, sin yo ordenárselo, mi brazo izquierdo empieza a moverse, con la tiza en la mano, por la pizarra. Me pesa tanto como los ojos, lo siento entumecido, pero se mueve solo. Sigo siendo consciente de qué está pasando en todo momento, y me da un poco de canguelo que mi brazo esté moviéndose sin ser yo quien, aparentemente, se lo ordena. De pronto, se para. El mentalista coge la pizarra, la mete en un sobre y se la entrega a mi amigo, que se levanta de la silla, se lleva las manos a la cabeza y se empieza a reír muy alto cuando abre el sobre y ve que en él hay escrita una R. Era la letra que estaba pensando.

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"La hipnosis que yo hago en mis shows es el empleo de la técnica para que las personas que participen puedan experimentarla sensorialmente. Los terapeutas van más allá, usan la hipnosis para que sus pacientes se deshagan de malos hábitos, o de traumas, es distinto" — Pablo Raijenstein

Yo ni siquiera sabía qué estaba haciendo mi brazo, y en ningún momento pensé en ninguna letra ni sentí estar dibujando una. Cuando el mentalista se aparta, mi amigo me pregunta que si me ha susurrado en algún momento algo, que qué ha sido aquello. Lo único que me sale hacer es reírme porque no me susurra nada de nada.

Le pregunto a Pablo que si hay personas imposibles de hipnotizar, porque hasta ahora yo creía ser una de ellas. Me responde que, aunque es un tema polémico, la persona debe querer ser hipnotizada para alcanzar el estado de trance. "Si no quiere, basta con que no siga las pautas del hipnotizador", me dice.

Esta es la cara que se me quedó después de que Reijenstein me hiciera zurda y mi mano funcionara sin órdenes de mi cerebro

Le hablo de "Déjame salir" y de la escena en la que la madre hipnotiza al novio de la hija con el tintineo de una taza y debatimos sobre las diferencias entre la hipnosis teatral y la hipnosis terapéutica. "Son dos cosas completamente distintas, la hipnosis que yo hago en mis shows es el empleo de la técnica para que las personas que participen puedan experimentarla sensorialmente. Los terapeutas van más allá, usan la hipnosis para que sus pacientes se deshagan de malos hábitos, o de traumas, es distinto", concluye."Pero hubo quien, después del incidente con esa mujer, puso en cuestión el empleo de la hipnosis en tus shows", le digo. "Claro, pero es como si los cantantes de ópera sugiriesen que no se puede hacer pop porque la gente que lo hace busca conectar con las personas de otra forma y tienen otra formación. Por supuesto que creo que la hipnosis terapéutica debe ser llevada a cabo por profesionales, pero la hipnosis que yo realizo no es con fines clínicos", afirma Pablo.

Antes de despertarme, me dice que cuando oiga la palabra mucho, sentiré frío. Se me pone la piel de gallina justo cuando abro los ojos y me dejan de sudar las manos

Tras este inciso, Pablo abre su maleta, saca de ella un saco de cristales y los extiende sobre una manta. Nos pide que pensemos en un miedo, en nuestro mayor temor, y que andemos sobre los cristales rotos después de descalzarnos. Al principio me niego, pero luego me quito las sandalias. De la mano del mentalista, Inés, Pablo y yo desfilamos sobre los cristales, que crujen bajo nuestros pies. Pero no cortan. No pinchan. Este ha sido el truco final, un poco a caballo entre el coaching y la autosuperación, y como por ahí sí que no paso, me convenzo a mí misma de que es imposible y, aunque me dice que los cristales no están limados, no puedo dejar de pensarlo.

Me despido de Pablo Reijenstein congratulándome de no haber tenido que llamar al SAMUR y un poco asustada por haber descubierto que mi mente no estaba tan blindada como yo pensaba. Y, andando hacia casa, pienso en la frase de Soy una pringada: "No es magia, son trapicheos". Me miro el brazo, lo recuerdo entumecido moviéndose sin que mi cerebro se lo ordenara y matizo la máxima: "No es magia, son trapicheos… pero con un puntito de magia a veces".