"Ella había venido 19 veces a ver "Mentalismo en el cine", me cuenta. "Esa vez era la número 20 y ni siquiera subió al escenario a participar, sino que desde su butaca siguió las pautas que le di a otro espectador para entrar en estado de hipnosis. Cuando el espectáculo acabó y salí a saludar, me contaron que había alguien en la tercera fila que se había quedado en el patio de butacas y que parecía en estado de hipnosis. Efectivamente, fui a comprobarlo y estaba atrapada en un trance hipnótico. Yo no me asusté porque he visto reacciones de todo tipo, sabía que lo peor que podía pasarle era que tardara más en despertar, pero alguien decidió llamar al SAMUR. Tuvieron que venir tres unidades diferentes porque ninguno de ellos sabía qué hacer, decían que era un caso insólito. Finalmente, comenzó a despertarse sola, pero por seguridad la llevaron a una unidad psiquiátrica para hacerle un chequeo y comprobaron que todo estaba bien. La mujer está perfectamente, y de hecho, ha seguido viniendo a mis shows.""Cuando el espectáculo acabó alguien en la tercera fila se había quedado en el patio de butacas y que parecía en estado de hipnosis. Estaba atrapada en un trance hipnótico pero ni el SAMUR sabía que hacer" — Pablo Raijenstein
Nos sentamos y empezamos. Pablo Raijenstein nos pide que respiremos pausadamente, alcemos los brazos, los flexionemos a la altura de los ojos y juntemos todos los dedos de la mano excepto los corazones. Durante unos minutos, nos sugiere que nos concentremos en las yemas de nuestros dedos. Siento que me pongo bizca, solo veo enfocadas mis manos. Me entra la risa y a Pablo (mi amigo), también, pero cuando el mentalista nos dice que nuestros dedos corazón son imanes, no podemos evitar juntarlos. Cuando hemos acabado, Inés tampoco puede despegarlos. Ha sido muy raro. En ningún momento me he desconectado de la realidad, sabía dónde estaba y qué estaba haciendo en todo momento, pero también sabía que mis dedos eran imanes y que, como tales, iban a juntarse. Y que era inútil intentar enfocar la vista más allá de sus yemas.Pablo nos dice que nuestros dedos corazón son imanes, no podemos evitar juntarlos. Cuando hemos acabado, Inés tampoco puede despegarlos
Nunca se me habían movido tan rápido, de hecho, creo que nunca había notado a mis ojos moverse mientras estaban cerrados. Me asusto un poco porque pienso que se me van a salir de las órbitas, pero estoy tranquila porque Pablo me dice que están pegados. Cuando me despierta, me asegura que no voy a poder levantarme del suelo. Le digo que sí y empiezo a hacerlo. Me pide que me tumbe nuevamente y vuelve a pedirme que me concentre en mi frente, y que imagine una puerta y después una habitación. No sé por qué pero pienso en un dormitorio lleno de enanos. Antes de despertarme, me dice que cuando oiga la palabra mucho, sentiré frío. Se me pone la piel de gallina justo cuando abro los ojos y me dejan de sudar las manos. No siento que esté en Laponia, pero impresiona.Mi amigo se lleva las manos a la cabeza y se empieza a reír cuando abre el sobre y ve que hemos escrito la misma letra, sin saberlo
Yo ni siquiera sabía qué estaba haciendo mi brazo, y en ningún momento pensé en ninguna letra ni sentí estar dibujando una. Cuando el mentalista se aparta, mi amigo me pregunta que si me ha susurrado en algún momento algo, que qué ha sido aquello. Lo único que me sale hacer es reírme porque no me susurra nada de nada.Le pregunto a Pablo que si hay personas imposibles de hipnotizar, porque hasta ahora yo creía ser una de ellas. Me responde que, aunque es un tema polémico, la persona debe querer ser hipnotizada para alcanzar el estado de trance. "Si no quiere, basta con que no siga las pautas del hipnotizador", me dice."La hipnosis que yo hago en mis shows es el empleo de la técnica para que las personas que participen puedan experimentarla sensorialmente. Los terapeutas van más allá, usan la hipnosis para que sus pacientes se deshagan de malos hábitos, o de traumas, es distinto" — Pablo Raijenstein
Tras este inciso, Pablo abre su maleta, saca de ella un saco de cristales y los extiende sobre una manta. Nos pide que pensemos en un miedo, en nuestro mayor temor, y que andemos sobre los cristales rotos después de descalzarnos. Al principio me niego, pero luego me quito las sandalias. De la mano del mentalista, Inés, Pablo y yo desfilamos sobre los cristales, que crujen bajo nuestros pies. Pero no cortan. No pinchan. Este ha sido el truco final, un poco a caballo entre el coaching y la autosuperación, y como por ahí sí que no paso, me convenzo a mí misma de que es imposible y, aunque me dice que los cristales no están limados, no puedo dejar de pensarlo.Me despido de Pablo Reijenstein congratulándome de no haber tenido que llamar al SAMUR y un poco asustada por haber descubierto que mi mente no estaba tan blindada como yo pensaba. Y, andando hacia casa, pienso en la frase de Soy una pringada: "No es magia, son trapicheos". Me miro el brazo, lo recuerdo entumecido moviéndose sin que mi cerebro se lo ordenara y matizo la máxima: "No es magia, son trapicheos… pero con un puntito de magia a veces".Antes de despertarme, me dice que cuando oiga la palabra mucho, sentiré frío. Se me pone la piel de gallina justo cuando abro los ojos y me dejan de sudar las manos