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En realidad, la sensación es la de estar en un resort como los de la Riviera Maya, pero flotante. Pulserita con acceso ilimitado a comida y bebida incluida, agasajado por una pléyade de fieles sirvientes que -piensas ingenuamente- darían su vida por la tuya sin pestañear. No puedes evitar preguntarte qué pasaría si, por ejemplo, una ola como la del Poseidón diera la vuelta al barco, dejándolo quilla arriba. ¿Seguiría Roberto preguntándome si está todo a mi gusto o no dudaría en devorarme si de ello dependiera su supervivencia?Como un resort, pero flotante. Pulserita con acceso ilimitado a comida y bebida, agasajado por una pléyade de fieles sirvientes que -piensas ingenuamente- darían su vida por la tuya sin pestañear.
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En un momento dado, se nos explicó que la zona estaba plagada de ovejas. Y que éstas, en italiano, reciben el nombre de "pécoras". Recordó el uso que damos en castellano a esa palabra. Craso error. Alimentó a la bestia. Dio carnaza a los tiburones. Subidos en el vehículo y sin escapatoria, el grito de "mala pécora" pasó a ser el leit motiv de esta excursión y de las sucesivas en las que coincidimos. El chascarrillo del viaje consistió desde entonces en decir "mala pécora" en los momentos más inoportunos. No hablo de adolescentes, sino de cabezas de familia, hombres hechos y derechos. Así se despidieron incluso de nuestra guía romana ("¡mala pécora!"), que con su brutal honestidad respecto a los turistas asiáticos ("estad atentos en las colas: cuando se cuela uno, luego vienen diez más") se ganó mi simpatía. Demasiadas horas juntos en un autobús y demasiados letreros leídos en voz alta ("Mira, trattoría"… "Mira, Zara"… ¿por qué? ¿de dónde surge esa necesidad?) son motivos suficientes para buscarse la vida durante las cinco, seis o a lo sumo siete horas que el viajero tiene disponibles para ver cada ciudad.El chascarrillo del viaje consistió en decir "mala pécora" en los momentos más inoportunos. No hablo de adolescentes, sino de cabezas de familia, hombres hechos y derechos.
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Dejo para el final mi consejo más valioso: si estáis en Palma de Mallorca, tenéis la imperiosa necesidad de comprar sobrasada y posteriormente estáis obligados a subir a un crucero, aseguraos de que está envasada al vacío. Los servicios de seguridad del barco reservaron para la última noche un exhaustivo control de las bolsas que los viajeros subíamos tras visitar esta preciosa ciudad. Cuando halló nuestras sobrasadas y las tomó en sus manos enguantadas en látex, al vigilante sólo le faltó gritar "we got him!". Las levantó en dirección al cielo y las mostró orgulloso a sus compañeros como si hubiera dado con el escondrijo de Sadam. El embutido sin envasar no puede subir al barco. Así lo estipulan las normas, dicen. Sólo nos dan dos opciones: o se las quedan ellos o las tiramos a un cubo de la basura del puerto. Optamos por lo segundo. Triste final, el de las sobradas y el del viaje. Sin embargo, cada vez que admiro mi rostro en la portada de la revista Olas (una foto souvenir, pagada religiosamente, que imita la tipografía de la revista Hola y que sólo mostraré a mis más íntimos allegados o bajo tortura), no puedo evitar decirme a mí mismo: "volveré".Cada vez que admiro mi rostro en la portada de la revista 'Olas' (una foto souvenir que imita la tipografía de la revista 'Hola'), no puedo evitar decirme a mí mismo: 'volveré'.