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Por qué Venecia odia ser la capital del turismo mundial

Venecia tiene 55.000 residentes y recibe 20 millones de turistas al año. La alcaldía de la ciudad no para de aumentar sus ingresos, pero los venecianos están desesperados.

Este artículo fue publicado originalmente en VICE News, nuestra plataforma de noticias.

Venecia está abrumada por los turistas. Eso es lo que llevan diciendo sus residentes desde hace ya unos años. Sin embargo, las protestas empezaron apenas hace unas semanas.

A finales de septiembre pasado, los venecianos se subieron a sus barcos para protestar contra los cruceros que pasan diariamente por los principales canales de la ciudad. El mismo mes, en otra manifestación organizada por el grupo activista Generación 90, cuyo objetivo es preservar la identidad de Venecia, los residentes desfilaron por las calles con carritos de mercado y coches coreando: "¡Cuidado con tus piernas, llevo mi carrito!".

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Los residentes tienen motivos para estar cansados del turismo; su población se duplica cada vez que la gente de los cruceros desembarca. La lista de quejas es larga: la ciudad está llena de ventas de souvenirs de mal gusto, no pueden ir a sus restaurantes favoritos porque están copados todos los días y los turistas desconsiderados dejan basura en todas partes.

Luisella Romero, quien dirige la agencia See Venice Tours, dice que la situación podría mejorar con la redacción de una estatuto sobre turismo sostenible, en el que se acuerden una serie de reglas sencillas. Algunas de estas podrían incluir cosas como prohibir los megáfonos, no organizar grupos mayores de 20 personas y que estos vayan acompañados de guías oficiales que conozcan muy bien la ciudad.

Ninguna de esas propuestas apunta a una de las preocupaciones más grandes de los venecianos, que afirman que se está perdiendo la identidad de la ciudad. Para algunos, la invasión diaria ha hecho que la vida en este oasis histórico se vuelva insoportable. Cada vez más locales se quejan de que el alto número de visitantes amenaza su forma de vida y a la ciudad misma.

Hoy Venecia sólo cuenta con 55.000 habitantes. Mientras tanto, recibe cada año 20 millones de personas que obstruyen sus calles y sus canales. El aumento de los precios de la propiedad ha forzado a muchos venecianos a mudarse a pueblos cercanos como Mestre.

Marco Baravalle, miembro de un comité que se opone a las grandes embarcaciones, llamado Comitato No Grandi Navi, asegura que la vivienda se ha convertido en uno de los mayores problemas de los residentes. "En Venecia hay cientos de apartamentos vacíos. La propiedad inmobiliaria privada está fuera de control. No necesitamos ni más impuestos ni más controles, necesitamos una legislación que invite a los propietarios a alquilar sus casas a los residentes en lugar de a los turistas".

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Entre todos los problemas, los cruceros se han convertido en el más temido enemigo. En 2014, a estos enormes hoteles flotantes se les prohibió entrar hasta el centro de Venecia. Sin embargo, la prohibición fue revocada rápidamente y ahora un mínimo de diez cruceros llegan semanalmente a la ciudad.

Los críticos afirman que los cruceros le causan problemas de toda índole a la ciudad. Lo que más les molesta es que los turistas que bajan a diario y que infestan las calles de Venecia no gastan mucho dinero en la ciudad. Básicamente se bajan, caminan unas horas y regresan al barco donde los espera un gran buffet. A pesar de esto, los políticos locales parecen reacios a tomar medidas porque la terminal a la que llegan los cruceros le da trabajo a mucha gente y supone ingresos constantes para el gobierno.

Joann Locktov, quien ha editado varios libros sobre Venecia, asegura que "parte de la parálisis en la ciudad es provocada porque los problemas han alcanzado proporciones de crisis. La negligencia en la administración de la ciudad es sistémica, y los residentes de la ciudad ya están cansados, desesperados y frustrados. Para cada problema que enfrenta la ciudad hay infinitas soluciones, pero todas ellas involucran a una delegación de expertos y de políticos persuasivos que defienden sus propios intereses. Las soluciones no son claras ni fáciles, pero ser negligente es la peor solución".

En la manifestación más reciente, los activistas se embarcaron en góndolas y mostraron sus pancartas como signo de protesta, mientras navegaban entre los cruceros, impidiendo que algunos de ellos lograran avanzar. Para Marco Bravalle esta lucha tiene un valor simbólico; es la romántica esperanza de una revolución popular. "Ganar esta guerra, derrotar a las corporaciones que organizan los cruceros y que están aliadas con la autoridad portuaria y con el alcalde de la ciudad, sería un espaldarazo monumental para todas las fuerzas que luchan por combatir el obsceno mercado neoliberal que controla y promueve la alcaldía de la ciudad".

Las autoridades venecianas no han propuesto ningún cambio a corto plazo. Baraville es optimista con el futuro de las manifestaciones: "¡Las manifestaciones son fundamentales! La única solución para Venecia es un cambio radical. Y la única manera de conseguirlo es a través de una masiva movilización popular". Marco Caberlottto, de Generación 90, está de acuerdo: "El planeta entero nos está observando. Necesitamos empezar a cambiar las cosas para mejorar o nos arriesgamos a perder una de las ciudades más hermosas del planeta hasta dejar que se convierta en un parque de diversiones".