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Un tipo apestaba tanto que obligó a aterrizar a un avión

Es probable que no haya nada más humillante que te echen de un vuelo por apestar. Esto ha pasado en un vuelo Gran Canaria- Ámsterdam.
Imagen de portada vía el Twitter de FelizVuelo y el usuario de Flickr Dylan Agbagni | CC0 1.0

Hace ya unos años que la gente decidió empezar a cometer atrocidades fisiológicas dentro de los aviones. No es nada nuevo, nosotros, aquí en VICE, le estamos dedicando una sección entera al asunto. Defecar de forma tan obscena como para forzar un aterrizaje de emergencia, tirarse pedos terribles con similares resultados, mearse en los asientos o follar delante de todo el mundo. Ahora resulta que un tipo ha hecho que un avión de Transavia Airlines que salió de Gran Canaria con destino Ámsterdam hiciera un aterrizaje de emergencia en Portugal porque los pasajeros estaban empezando a vomitar y desmayarse por culpa de su devastador hedor.

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Estos son los elementos que hoy tenemos en juego:

1) Un avión.
2) Los pasajeros.
3) El cielo.
4) Un pasajero que apesta de tal forma que es totalmente imposible respirar a su lado.

Estos cuatro elementos mezclados crean una situación totalmente explosiva. El avión es un espacio cerrado repleto de gente en el que si alguien apesta de forma desmesurada el resto de pasajeros sentirán una incomodidad bestial. Al verse encerrados en un vehículo que surca los cielos y del que no pueden escapar, entrarán en un auténtico estado de pánico, algo así como despertarte un día y darte cuenta que eres Pablo Motos; en fin, una sensación de agobio y de querer arrancarse la mandíbula muy fuerte.

El caso es que el avión, finalmente, llegó a su destino dos horas más tarde, después de echar educadamente al pasajero del avión y limpiar a fondo el interior de este, que se había quedado impregnado de un “hedor gigantesco”, según narran algunos pasajeros.

Aun así, hay algo en esta historia que me pone muy triste. La noticia no debería ser “Un señor que apestaba mucho ha hecho aterrizar a un avión” sino “Varios pasajeros echan a un pasajero por culpa de su olor corporal”. Este segundo anunciado nos genera cierta empatía con el pasajero maldito (el apestoso) y recoloca el eje vertebrador del incidente no en este hombrecillo sino en la poca tolerancia del resto de los pasajeros. El problema no es la peste, el problema es en qué forma esta se interpreta en el cerebro de los demás.

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Imagínate llegar a la oficina y que te digan que “hueles un poco”. Tú sabes que estás sudada porque llevas ese polo que te regaló tu novio que te aprieta y porque hace un sol letal y encima has tenido que correr para pillar el metro que se estaba a punto de largar. Imagínate ese “hueles un poco” —el peso y el dolor de esta sencilla frase— elevado a varios millones.

Un avión entero diciéndote que tu olor corporal es insoportable y que haces vomitar. Que te recoloquen a los asientos posteriores del convoy y aun así los pasajeros salgan corriendo de tu lado hacia la parte delantera del avión. Que la tripulación saque botes de perfume delante de ti para rociar el avión. Que finalmente el avión se desvíe de su ruta porque apestas. Que te bajen del avión mientras los otros pasajeros te hacen cientos de fotos para comentar el incidente en Twitter. Que luego suban unas personas a limpiar intensamente el avión. Que la aerolínea te proporcione un hotel para que te duches y te ofrezca otro vuelo al día siguiente para regresar a casa. Entregar el billete a la azafata de la puerta de embarque al día siguiente y escuchar cómo esta le comenta a un compañero que “mira, este es el apestoso de ayer”. Imaginaros ver que se hace todo esto porque tú hueles mal. Este dolor no se lo merece nadie.

No hay nada más humillante que te echen de un vuelo por apestar. Llegar un día tarde a casa y decirle a tu hijo que “papá ha llegado 24 horas tarde porque le han echado de un avión porque olía muy mal”. Me imagino el tío inventándose excusas en el viaje de vuelta a casa:

1) “No, papá ha llegado tarde porque su conferencia fue todo un éxito y le propusieron repetirla al día siguiente”.
2) “Estaba volviendo a casa y me dije, ‘no puedes volver sin un regalo muy especial para tu hijito’, así que hice parar el avión en medio del vuelo para comprarte este DVD llamado “Despegues y aterrizajes de aviones: colección 2018”.
3) “Volví ayer pero no me viste en todo el día porque me ignoras y nunca quieres contarme tus problemas o qué chica del cole te gusta —porque te gustan las chicas, ¿no?— y esto hace que por las noches llore y quiera tirarme dentro de un camión de la basura para que me triture”.
4) “Es que al salir del hotel me dije, ‘pues voy a volver a casa nadando y andando’, y esto es lo que he hecho. He tardado un día en ir de Canarias a Ámsterdam a pie. No está nada mal, ¿verdad hijo?”.

Cada vez que uno de los pasajeros del vuelo accidentado decía algo como “Fue como si no se hubiera lavado durante varias semanas” se me parte el corazón. ¿No se podría haber resuelto de otra forma antes de terminar humillando tanto a este tipo? ¿Por qué nadie dijo nada antes de que entrara al avión? ¿Acaso el tipo empezó a apestar solo cuando atravesó la puerta del aerobús? Lo dudo. Podrían haberle dicho algo antes, en la cola de facturación, en los asientos de la puerta de embarque, al entregar el billete. En cualquier otro momento. Joder, hay formas mucho más sutiles de decirle a alguien que apesta.