Los americanos casi lanzan armas nucleares contra la luna
Imagen por Sarah MacReading

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Los americanos casi lanzan armas nucleares contra la luna

Una demostración de fuerza de los Estados Unidos frente a la Unión Soviética que casi se lleva acabo.

Todavía hoy sigue siendo un misterio quién fue el promotor de la idea de soltar una bomba nuclear en la luna. Como tantas otras ocurrencias surgidas en plena Guerra Fría, actualmente nos parece un pensamiento fruto de una mente febril de los años 50, una época en la que la humanidad se encontraba al borde la destrucción total y de realizar un descubrimiento que establecería un nuevo límite en la frontera de su existencia: el espacio exterior. Hoy día, a nadie le parece buena idea bombardear la luna con armas nucleares, e incluso las autoridades estadounidenses de la época descartaron la idea bastante rápidamente. Aunque no cuesta mucho imaginarse a un grupito de tipos trajeados en el Pentágono, alternado su mirada entre la luna y su recién adquirido arsenal nuclear y preguntándose ¿Y si…?

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Los detalles del programa, llamado Proyecto A119, salieron a la luz en el año 2000 de la mano de Leonard Reiffel, el físico responsable de evaluar la posibilidad de detonar una bomba nuclear en la superficie lunar. Según las declaraciones que hizo al diario británico The Observer, los altos mandos de las Fuerzas Aéreas de los EUA le pidieron que empezara a valorar las posibilidades en 1958. El año anterior, la URSS había puesto en órbita el Sputnik, el primer satélite artificial, hito que, según Reiffel, preocupó mucho a los jefazos militares estadounidenses por la desventaja que suponía para el país en la carrera espacial.

"Aquella detonación tenía claramente un objetivo propagandístico; pretendía ser una exhibición de superioridad", aseguró Reiffel. "Las Fuerzas Aéreas querían una nube en forma de seta tan gigantesca que fuera visible incluso desde la Tierra".

Hoy día, la idea de bombardear la luna es inconcebible, pero en aquel entonces los señores que gobernaban al Tío Sam estaban muy emocionados con las posibilidades que se abrían ante ellos gracias a la tecnología nuclear y estaban ansiosos por ponerlas a prueba.

"Del mismo modo que hoy fantaseamos con la tecnología de misiles supersónicos y los estatorreactores, en aquella época lo hacían con la energía atómica", señala Omar Lamrani, analista militar del centro de investigación Stratfort. "Era un territorio todavía por descubrir".

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Aquel fue un periodo de iniciativas y proyectos de lo más demencial: al mismo tiempo que se desarrollaba el Proyecto A119, el Ejército estadounidense inició el Proyecto Horizonte, cuyo objetivo era establecer una base militar en la luna por un coste total de 6.000 millones de dólares. Asimismo, sus rivales soviéticos también estaban estudiando la posibilidad de bombardear la luna con armas nucleares, lo que causó cierta psicosis en EUA, como refleja un diario nacional en el que se expresaba temor por que "en un efecto bumerán, la cabeza nuclear pudiera dirigirse hacia la Tierra". Todos estos proyectos se desarrollaban a la par que otras iniciativas de la comunidad científica, como la creación de submarinos propulsados con energía nuclear (hoy una realidad) o naves espaciales con generadores nucleares (que no llegaron a materializarse). Sea lo que fuera que tuvieran en mente EUA o la URSS, siempre existía el temor de que su contrincante hubiera tenido la idea antes. "Y así tenía que ser, si querían dar con ideas innovadoras y que les permitieran ganar ventaja sobre su adversario", señaló Lamrani.

En junio de 1959, Reiffel y su equipo elaboraron un informe —hoy desclasificado— con el inofensivo título "Estudio sobre los vuelos de investigación a la luna". La gran complejidad técnica del documento logra ocultar el macabro objetivo del proyecto y está escrito con un tono que se aleja de la histeria de la Guerra Fría que reinaba en aquella época. En sus páginas se detalla exhaustivamente todos los pormenores de un hipotético bombardeo nuclear de la luna e incluso contempla la remota posibilidad de que con la operación pudiera eliminarse cualquier rastro de vida extraterrestre que poblara el satélite.

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Reiffel aseguró al Observer que el proyecto era "técnicamente realizable" y que alcanzar la luna con un ICBM no habría representado un desafío tan grande. Pero, ¿qué habría pasado si se hubiera llevado a cabo semejante proyecto?

Aunque sin duda la comunidad científica habría podido recabar gran cantidad de información valiosa mandando un misil nuclear a la luna, el objetivo principal habría sido, como casi todo lo que se hizo en la carrera espacial, alardear de superioridad tecnológica frente a la URSS. "Obviamente, las consecuencias positivas habrían sido mérito exclusivo de la nación que hubiera logrado la hazaña en primer lugar", señala el informe de Reiffel. "Igualmente cierto es que una operación así habría generado un rechazo considerable, a no ser que la opinión pública estuviera preparada con antelación".

Dado el aspecto propagandístico de la misión, posiblemente las autoridades estadounidenses se habrían asegurado de que la reacción nuclear fuera visible desde la Tierra. Y seguramente así habría sido, según Areg Danagoulian, profesor adjunto de Ciencia Nuclear e ingeniero en el MIT. Teniendo en cuenta que muchos de los efectos de una explosión nuclear en la luna dependen de diversos factores —como el tamaño de la bomba o la distancia de la superficie a la que se la haría detonar—, Danagoulian tuvo la deferencia de contarnos qué podría haber ocurrido si se hubiera llevado a cabo el Proyecto A119.

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Debido a la ausencia de atmósfera en la luna, la explosión no habría generado una onda expansiva ni sonido alguno como en la Tierra. La reacción nuclear habría producido una ráfaga de luz que habría podido verse desde la Tierra, aunque el fenómeno que más se habría apreciado desde nuestra perspectiva es el ascenso del polvo lunar. La radiación habría calentado la superficie del satélite, provocando que se alzara una enorme nube de polvo, parte del cual recibiría la luz del sol. Este efecto se vería desde la Tierra, sobre todo si la nube se produjera en la zona oscura de la luna. Una proporción del polvo lograría escapar de la fuerza gravitacional de la luna y se perdería en el espacio.

En este supuesto, ¿deberían los astronautas preocuparse de la radiación nuclear cuando aterrizaran en la luna? La respuesta, también en este caso, depende de numerosos factores, según Danagoulian, como el tipo de bomba o la forma en que se detonara, el tiempo transcurrido entre la explosión y la llegada de los astronautas y el lugar de alunizaje escogido. En cualquier caso, hay que señalar que la luna es un astro altamente radiactivo per se. Ello se debe a que, al carecer de atmósfera o campo magnético, su superficie recibe mucha más radiación cósmica que, por ejemplo, la Tierra. Por tanto, la radiación resultante del Proyecto A119 añadida a la propia de la luna podría constituir un verdadero problema para futuras misiones tripuladas a la luna.

Reiffel aseguró que desconocía las razones por las que el Proyecto A119 no llegó a ponerse en práctica, pero se mostró "horrorizado ante el hecho de que se hubieran planteado la posibilidad de manipular a la opinión pública de tal forma". Probablemente los del Pentágono se dieron cuenta de que enviar un hombre a la luna resultaba mucho más inspirador que un misil. En cualquier caso, la firma del Tratado del espacio exterior de la ONU en 1967 puso fin a la experimentación nuclear en el espacio, tirando por tierra los delirios de detonar bombas en la luna. A no ser que las cosas se pongan muy, muy feas, no veremos polvo lunar volar por el espacio en lo que nos queda de vida.

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Traducción por Mario Abad.