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Cultură

La cara oscura de trabajar en una empresa estilo Google a la española

Por mucho que pongan mesas de ping pong y te dejen ir en patinete por la oficina, tu sigues estando explotado, aunque estás tan alienado que ni te das cuenta.

Si, era de "ese tipo" de oficinas. Imagen vía

Yo he trabajado en la empresa perfecta. La Compañía X: una transnacional de más de 300 trabajadores (todos ellos jóvenes, guapos y de distintas partes del mundo), con sede en Barcelona y dedicada a vender ocio a través de internet; lo que viene siendo una "e-commerce".

Yo he trabajado como redactor (copywriter o gestor de contenido o como queráis llamarlo) en una de esas empresas en las que las relaciones laborales se inspiran en el Modelo Google y en las que por lo tanto, todo el mundo debe ser feliz. Una de esas oficinas donde no es extraño ver a algún trabajador desplazándose en patinete o en las que los mediodías se pasan en la terraza, a la luz del cálido sol, jugando a cartas o al ping pong.

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Yo he trabajado en la empresa perfecta y puedo deciros que es una verdadera mierda. Aquí van tres experiencias que lo demuestran, pero antes un breve apunte sobre el susodicho Modelo Google y su pretendida efectividad:

El Modelo Google es un sistema empresarial en el que las jerarquías han quedado aparentemente destruidas en pro de una armonía hippie; un sistema en el que los trabajadores no se relacionan como compañeros sino como familiares, en el que los jefes son colegas y las reuniones de departamento parecen un encuentro entre coachings motivacionales puestos de MDMA. Sin embargo, debajo de este capitalismo new age o de lo que sería el sueño húmedo de un ministro de trabajo neoliberal, está la misma mugre de siempre. Los sueldos son igualmente desiguales como en el resto del mundo laboral, las rencillas y pullas entre empleados por ascender son dramáticas y trágicas, y las horas delante del ordenador, en mi caso de 9 a 6, se vuelven excesivamente largas.

El Welcome Meeting (lo que vendría siendo la Bienvenida)

Imagen vía

Tras dos meses trabajando, recibí un solemne correo electrónico que me convocaba a lo que habían bautizado como el Welcome Meeting. Los llegados durante el último trimestre, conoceríamos a los jefes y ellos nos conocieran a nosotros. En una pequeña sala, todos bastantes apretados, con las luces apagadas (vale, era de día, se veía bastante bien, pero no por ello, las luces dejaban de estar apagadas) de repente aparecieron los tres bosses, la trinidad sacrosanta creadora de la empresa, los Padres fundadores de la Compañía X.

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Por entonces ya había sido avisado de un pequeño detalle sobre mis jefes. Ellos no eran como el común de los mortales, ellos, tal y como se verá claramente unas líneas más abajo, pertenecen a una secta.

Empezó el show largamente esperado. Uno de los tres líderes supremos tomó la palabra y nos explicó la filosofía de la empresa. Imaginación, creatividad, esfuerzo, compañerismo y trabajo fueron las palabras más usadas. Luego, como en cualquier mito (en este caso de la religión del capitalismo) se nos reveló el origen de la Compañía X. Estaban los padres fundadores en un bar de Sarrià y… ¡voilà! se les ocurrió fundar una "e-commerce". Después llegaron los tiempos de no dormir, las oficinas minúsculas, los primeros beneficios nimios, los empleados… como siempre, se les olvidó contar de dónde había salido la inversión inicial que algunos rumorólogos de la Compañía X, empleados cabreados y con años de experiencia, cifran en 300.000 euros.

Lo mejor estaba por llegar: los jefes abrieron su corazoncito y nos contaron la historia de su vida. El uno tenía 4 hijos, el otro 5 y el último 8. Uno era aficionado a la vela, el otro al ciclismo y el otro a viajar. Todo el espectáculo iba acompañado de una ingente cantidad de imágenes de una grimosa cotidianidad que de tanto en tanto activaban las risas afectuosas de un público cada vez más entregado. Los jefes con sus numerarias familias, los jefes vestidos de domingo con mallas apretadas o camisa de marinero.

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Ahora puedo contar la escena de una forma alejada y aséptica. De todos modos, a medida que transcurrieron las 2 horas en que las estuve metido en esa diminuta sala, mi sistema de defensa antiautoritario y anticapitalista fue siendo desarmado poco a poco. Para cuando se nos ofreció un frugal desayuno como colofón del Welcome Meeting me encontraba en un estado inaudito de conexión con la empresa y hermanamiento con mis jefes. "¡Vayamos a tomar unas cañas, tíos! ¡Sois mis nuevos colegas y me encantan las fotos de vuestros churumbeles! ¡Sí, si me han contratado es porque soy una persona creativa y apasionada! ¡Ellos me quieren! ¡Quiero esforzarme a tope para que las cosas vayan de puta madre! ¡Os amo! ¡Me la suda que vosotros tengáis un velero en el puerto de Barcelona y yo no!"

¿De verdad me estaba sucediendo eso? ¿Realmente no era capaz de ver que aquellos tres tipos del Opus Dei tenían una influencia colosal sobre cómo iba a pagar mi alquiler? Las tácticas aduladoras del 'Método' son la quintaesencia del capitalismo: en un mundo en el que las grandes narraciones colectivas han quedado difuminadas, haz que el trabajador se sienta parte de algo y tendrás a un empleado sumiso.

La mesa de ping pong

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Haz que el trabajador se sienta parte de algo o pon una mesa de ping pong.

Uno de los pilares fundamentales del Método Google es convertir tu entorno de trabajo en un gran patio del recreo. Entonces tu falso reino de armonía vertical será casi pleno, sólo hará falta que los trabajadores creen un equipo de fútbol con el nombre de empresa para jugar en una liguilla amateur los miércoles a las 9 de la noche. Nosotros teníamos un equipo de futbol 7 compuesto por informáticos.

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Volviendo a la mesa de ese juego inventado en la Inglaterra Victoriana de 1870, diré que lo que en la Compañía X sucedía era pura fiebre. Un gran número de trabajadores en parejas o cuartetos, acudían religiosamente a la terraza de la oficina durante sus pausas, para practicar ese deporte que en unos meses se convirtió en una droga para mí. Siempre las mismas parejas y los mismos grupos de cuatro, cada día de la semana, cinco días a la semana, 250 días al año… ¿alguien puede imaginarse lo que eso significa? Jugar al mismo juego con el mismo contrincante que ayer y hacer que parezca divertido. ¿Con que objetivo a largo plazo? ¡Éramos Sísifo!

En favor del deporte en cuestión diré que el ping pong tiene en su esencia primitiva algo democrático que me agrada: puedes pesar 150 quilos, medir 1 metro 30 y que te cuelgue un brazo y aún así meterle una panadera a alguien que dedica dos horas diarias a hacer pesas en el gimnasio y una a hacer running. En mi empresa los informáticos con estilos de juego que atentaban contra toda norma estética, eran los reyes del ping pong.

La fiesta en la playa

Si habéis seguido la historia, que sepáis que al fin han llegado al punto que estabais esperando: las fiestas. Y en concreto, la fiesta de verano de la compañía. No penséis en grandes locuras porque por desgracia, en esta fiesta no hay sexo (al menos no para mí), ni tampoco drogas (o al menos tampoco hubo de eso para mí). Lo único que hubo fue una yincana semi-esclavista y mucho alcohol gratis.

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Antes de ir a la playa, la empresa, es decir la Santísima Trinidad que nos gobernaba, tuvo como deferencia regalarnos una gorra de visera del color corporativo con nuestros nombres impresos en ella. Era realmente sensacional ver a centenares de personas adultas, algunas de las cuales tienen más de 500 seguidores en LinkedIn, montando en enormes autobuses con la cabeza coronada por ese artefacto. Era tan excepcional que me voy a abstener de hacer comparaciones.

Al fin llegamos a Castelldefels (¿o era el Prat? La verdad es que ni puedo ni quiero acordarme) y nos dispusieron en equipos compuesto aleatoriamente por jefes, jefecillos y machacas. A mí me tocó entre otros como yo (el eslabón más débil de la cadena) con el responsable del departamento técnico (el Gran Informático) y la jefa de un departamento cuyo nombre tampoco quiero recordar.

Algunos pensarán que estas cosas son una pantomima… ¡Los cojones! La competencia en juegos como éste es igualmente proporcional al ego que tienen los jefes de los distintos departamentos y a las ansias por demostrar sus capacidades, que como no, son mucho y muchísimas (al fin y al cabo eran "jefes"). De este modo, una de mis compañeras se hizo un esguince en el tobillo, le rompí un dedo a la jefa de departamento de mi equipo porque iba borracho como una cuba por culpa de la prueba de los mojitos, casi me fustiga el jefe del departamento técnico para que remase más rápido durante una prueba de padel-surf (yo tampoco sabía qué era eso hasta ese momento) y en la prueba de tiro al blanco con los ojos vendados todos tuvimos que asistir impávidos a las trampas de uno de los tres grandes jefes que miraba por debajo de la venda que le habían colocado en los ojos.

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Por la noche agotados y completamente borrachos, nos reunieron a todos en un chiringuito para cenar. El momento cumbre llegó cuando tras la comilona, nos pasaron un vídeo sobre el decimoquinto aniversario de la compañía. Se trataba de un carrusel de diapositivas con músicas al estilo We are the Champions de Queen (¿se puede ser más hortera? Respuesta: no) en las que además de la génesis ya contada de la empresa, aparecían fotografías que pretendían ser graciosas, de los distintos departamentos. A cada imagen los miembros del departamento chillaban enloquecidos cual neonatos que han reconocido por primera vez su mano derecha. Estremecedor.

'El Método' se expresó en su totalidad más obscena en la última diapositiva:

"Gracias a los más de 1.000 trabajadores que han hecho posible este sueño y a los que están por cumplir los sueños que vendrán."

Yo tenía a uno de los tres fundadores bebiendo Coca-Cola a mi lado y no pude reprimir mis palabras alcoholizadas:

"Enhorabuena por haber dado trabajo a tanta gente".

Sí, camaradas, el Espíritu Google se había apropiado finalmente de mi cerebro. Afortunadamente, al cabo de 12 horas y con una monumental resaca, me di asco a mí mismo y seguí imaginando cuan feliz sería mi vida si no estuviera atrapado en esa empresa.