crimen

La historia del falso monje shaolín de Bilbao que torturaba y asesinaba a sus víctimas

Se hacía llamar Huan (en realidad se llamaba Juan), creía en las artes marciales como herramienta para controlar sus emociones y acabó reconociendo sus crímenes.
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Todas las imagen vía Facebook/ Monasterio Budista Océano de la Tranquilidad

"La mujer está atada de pies y manos. Yace sin conciencia en el suelo, a los pies del llamado maestro, que mira impasible la llegada de unos ertzainas nerviosos porque acaban de forzar la pequeña puerta de su templo. El maestro está tranquilo, en pie, su torso desnudo y la mirada perdida. Viste un pantalón de chándal azul oscuro. No puede ocultar el deterioro de los últimos años: su barriga le delata, como la flacidez de sus músculos. Su aspecto es sórdido, muy alejado de la cuidada puesta en escena de sus vídeos promocionales.

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Le apartan sin amabilidad, no se resiste, hay nervios y voces a su alrededor, los agentes ponen su atención en la mujer y él asiste ensimismado, ajeno a lo que sucede en el escenario del nuevo crimen que acaba de cometer. Solo habla cuando un agente husmea en una bolsa de basura depositada a unos metros y descubre que en su interior hay huesos con algún trozo de músculo: Son de una mujer que maté hace una semana".

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Así arranca una de las crónicas que El País publicó sobre los asesinatos que llevó a cabo Juan Carlos Aguilar, el falso maestro shaolín de Bilbao, firmada por Luis Gómez. Los hechos a los que se refiere sucedieron el 2 de junio de 2013 y la mujer que estaba tendida en el suelo era Maureen Ada Ortuya, una joven nigeriana de 29 años que fue encontrada en coma y atada de pies, manos y cuello en el gimnasio que él regentaba. Falleció tres días después. Pero Aguilar ya había asesinado a otra mujer días antes, el 25 de mayo de ese mismo año: Jennifer Sofía Rebollo, una colombiana de 40 años.

Eran sus restos los que fueron encontrados en el gimnasio del asesino en Bilbao, el Zen 4, cuando se descubrió que había secuestrado y torturado a su segunda víctima. Jennifer Sofía había sido descuartizada ocho días antes y algunas partes de su cuerpo habían sido distribuidas en bolsas de plástico que se encontraron tanto en el local como en la vivienda del experto en artes marciales. La Ertzaintza halló en distintas bolsas partes de la columna vertebral, dedos, el cuello o la mandíbula.

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"Un representante de Buda en la tierra"

Juan Carlos se presentaba como "un representante de Buda en la tierra" ante los alumnos que frecuentaban su local para aprender las técnicas que, supuestamente, había estudiado en su estancia en el Monasterio de Shaolín, situado en la provincia de Henan, en China. Hasta allí había viajado, según contaba, en 1992, con 27 años, para volver convertido en un guerrero milenario, en un Monje Shaolín. Después de varios años, de la apertura de dos gimnasios que iban viento en popa y de la fundación del llamado Monasterio Budista Océano de la Tranquilidad, que abrió también en Bilbao, se descubrió que aquello no era cierto: hacía más de 300 años que no existían estos monjes en China y Juan Carlos carecía de cualquier acreditación que confirmase su instrucción en artes marciales en el país. Cuando se conoció su caso, la Federación Española de Kárate envió una circular a todas sus delegaciones advirtiendo que Aguilar nunca había estado ni federado ni asociado, así que por supuesto nunca había ganado ningún campeonato de kung-fu en España. Él decía que sí, que había sido ocho veces campeón de España y tres del mundo, y que era el primer maestro de artes marciales formado en el monasterio de Shaolín.

Pero para entonces, el místico shifu -maestro, en chino, así se autodenominaba-, que siempre iba ataviado con el clásico atuendo naranja de los monjes shaolines ya había recorrido un puñado de platós. Su mirada penetrante, un supuesto dominio casi sobrenatural del kung-fu y sus enseñanzas filosóficas y espirituales captaron la atención de periodistas como Xavier Sardà o Pepe Navarro y llegó a ser entrevistado por otras personalidades como el escritor Javier Sierra, ganador del Premio Planeta en 2017 o Eduard Punset.

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Juan Carlos empezó a ganar cada vez más adeptos. Todo el mundo quería acercarse a sus estrategias de renovación espiritual y llegar a la comunión entre cuerpo y naturaleza en la que decía vivir y que pregonaba en la televisión, pero también en el canal de de Youtube del Monasterio Budista Océano de Tranquilidad, donde aún pueden verse muchos de sus vídeos. En algunos de ellos se llama a sí mismo Huan, en un intento de orientalización de su nombre. En uno de ellos Javier Sierra se refiere a la capacidad del "maestro" de "conseguir proezas inimaginables para el hombre de Occidente" y señala las diferencias entre Huan y "otros supuestos monjes shaolines de espectáculos más bien circenses". Sin embargo, el falso monje también hacía exhibiciones a cambio de dinero en las que rompía ladrillos con las manos o caminaba descalzo sobre brasas. Estaba casado y tenía dos hijos hasta que, en 2004, se divorció.

"Un ataque de ira causado por un tumor"

El 25 de mayo de 2013 Juan quedó con Jenny Sofía Rebollo, su primera víctima. Era madre de dos hijos y según apuntan algunas crónicas de la época se estaba prostituyendo tras una mala racha. Fueron hasta su gimnasio para mantener relaciones sexuales y acabó maniatándola, fotografiándola, diseccionando su cuerpo y escondiéndolo en distintas partes del gimnasio y su casa. Durante los días posteriores, el falso shaolín siguió dando clase a sus alumnos con el cuerpo descuartizado en local.

Más tarde, durante el juicio, una de sus seguidoras y alumnas declaró que un día después del asesinato de Jennifer Aguilar el maestro le pidió que fuera al gimnasio y aguardara mientras en una sala contigua se oían ruidos de herramientas -motosierra, taladro-. Aproximadamente dos horas después y con los ojos vendados la llevó al cuarto, le dijo que posara y le hizo fotos. Le pidió que tocara un punto concreto de la cama sobre la que estaba tumbada y rozó algo "frío y duro". Era el cadáver de la víctima, pero ella no lo sabía. Se despidieron y él se dirigió a la Universidad de Deusto en coche con varias bolsas que consiguieron captar las cámaras para demostrar posteriormente que arrojó pedazos del cuerpo a la ría de Bilbao.

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Poco más de una semana después, el día 2 de junio, el falso shaolín volvió a recurrir a la prostitución y esta vez contactó y quedó con Maureen Ada Otuya. Después de tener sexo empezó a practicar con ella el mismo ritual que había llevado a la muerte a Jennifer. Maureen consiguió zafarse y pedir auxilio. Al oírlo, una vecina llamó a la Ertzaintza al escuchar los gritos, pero ya era demasiado tarde: cuando los agentes llegaron la encontraron en coma y al borde de la muerte. A su alrededor, muchas de las armas que el asesino usaba en sus clases y demostraciones: sierras, hachas, sables… así como vídeos y fotos de mujeres desnudas en actitud de sometimiento, incluidas sus dos víctimas. Murió dos días después.

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El interior del gimnasio de Aguilar, colgado en el perfil de Facebook de su monasterio budista

En una primera declaración tras su detención, Aguilar dijo que le había dado un "ataque de ira descontrolado" debido a "un tumor" cerebral por el cual llevaba dos años en tratamiento según confirmó entonces la Ertzaintza. Se publicaron varias piezas tras la declaración inicial en la que distintos expertos afirmaban que un daño cerebral puede cambiar ciertas conductas de una persona pero no convertirla en una asesina.

"Al darme cuenta de que estaba muerta, intenté deshacerme de ella. Tuve flashes en la percepción. Se mezclaba la realidad con pérdidas de control, como me pasa desde hace cuatro años”, afirmó sobre el asesinato de Jennifer. Dijo que, tras escalar más de 5 000 metros de altitud, sufrió una "muerte inminente" y desde aquel día su pensamiento iba más lento, tenía desconexiones y sentía que el cerebro se le paraba. Los médicos le diagnosticaron un quiste aracnoideo en el temporal izquierdo, de naturaleza congénita, cuyo tratamiento pasaba únicamente por fármacos para la memoria y para regular su conducta.

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"Reconozco todo eso"

El 15 de abril de 2015 arrancó el juicio contra Juan Carlos Aguilar. Se le acusaba de haber asesinado a dos mujeres y de haber descuartizado a una de ellas. En la vista se conformó un jurado popular compuesto por nueve personas y la expectación era máxima. El falso shaolín, el shifu, Huan, ese hombre que empezaba a configurarse como una especie de referencia mediática en lo relativo al kung-fu y al budismo, finalmente fue condenado por unanimidad a 38 años de cárcel por el asesinato con alevosía tanto de Jenny Rebollo como de Maureen Ada Otuya.

El jurado popular no vio signos de ensañamiento y el falso monje, que veía en las artes marciales un instrumento para dominar sus emociones, permaneció buena parte del procedimiento judicial con los ojos cerrados, en actitud meditativa, de indiferencia y quietud. Admitió su culpabilidad ante los abogados de las dos mujeres asesinadas y ante la Asociación de Lucha por los derechos de la Mujer Clara Campoamor, que se personó como acusación popular. Pero en ningún momento mostró signos de arrepentimiento.

Sigue a Ana Iris en @anairissimon.

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