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Entropía estética: imágenes que experimentan la fusión entre realidad virtual y pintura

Pintura, escultura y tecnología entrelazan los fragmentos imaginarios de Rachel Rossin.

El dispositivo Oculus Rift se adhiere al cuerpo como una prótesis que expande las posibilidades de la experiencia y la exploración. Artificialidad corporal que despliega la potencia de lo virtual como efecto de la fantasía y la imaginación. Lo que la mirada percibe no es ya "realidad", sino mezclas algorítmicas que, en su libre flujo, se unen, se multiplican, se dispersan, creando alianzas inesperadas que desafían las leyes de la física, el orden de los sentidos y la apariencia de la realidad. La consciencia se ve aturdida, lo que parecía real se ha esfumado, sólo quedan rastros que emergen como alteraciones ópticas, descontroles sensoriales, desorientación corporal. Surge entonces una multiplicidad que refleja imágenes surrealistas que desbordan el espacio en cuatro dimensiones: horizontal, vertical, profundidad y tiempo.

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Considerada una de las pioneras del uso de la VR como medio de expresión artística, reconocida por la manipulación digital de la tecnología, Rachel Rossin (1987) crea ambientes inmersivos, define nuevas experiencias perceptuales a través de hibridaciones donde convergen el mundo de la pintura, la escultura y los medios digitales, creando instalaciones virtuales que trascienden los límites de la realidad.

Nacida en Palm Beach, Florida, pero con residencia en Nueva York, Rossin es una programadora autodidacta que pinta y programa desde los ocho años de edad. A través de la alianza del arte, la técnica y la tecnología, esta artista crea imaginarios-digitales donde interactúan imágenes de la historia del arte, la cultura popular y la tecnología moderna.

Lossy,(2015), My Little Green Leaf (2016) y Peak Performance, (2017) son máquinas-móviles donde la pintura, la fotografía y el video operan como fragmentos de la realidad. Articuladas por medio de un singular argot matemático, estas expresiones despliegan formas hibridas imperceptibles a simple vista. No obstante, ante la presencia de un dispositivo sensorial, las posibilidades de los sentidos y el pensamiento se extienden a experimentaciones que actúan sobre lo virtual.

De súbito, la blancura del espacio se fusiona con imágenes fragmentarias que se suspenden dentro de él, a momentos desintegrando, otros emergiendo como metamorfosis de una forma anterior. Proceso de articulación de la imagen que, en la obra de Rossin, sugiere rasgos de entropía como efecto desestabilizador y estimulante en la percepción.

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Majora's Mask, 2016, óleo sobre lienzo, 116.8 × 116.8 cm

Lossy (2015), fusión de pintura y realidad virtual, exhibida en la galería ZieherSmith, fue una de las primeras exposiciones donde esta artista, con singular determinación, expuso la alianza estética entre una serie de pinturas abstractas y el dispositivo Oculus, generando una experiencia inmersiva inspirada en parte por las propias pinturas, en parte por las percepciones inesperadas que acechan los sentidos del espectador. En su obra, Rossin explora la idea de entropía al cuestionarse qué sucede cuando las líneas entre lo que se considera virtual y real comienzan a desvanecerse.

"Inevitable es una metáfora de entropía"

A simple vista pareciera que la pintura digital de Rossin manifestara cierta contradicción entre el efecto tacto-visible de la pintura, la representación estática y el registro corporal del movimiento, no obstante, más que oposición, su obra refleja lo múltiple y singular de un proceso creativo que problematiza la bidimensionalidad del Renacimiento, o la tercera dimensión ilusionista de la pintura moderna, abriendo una cuarta dimensión únicamente teórica para los pintores anteriores.

Una profunda fusión entre el medio pictórico y el digital caracteriza la obra de Rossin. Entre el dispositivo Oculus Rift y las pinturas al óleo se revela el umbral que, no sólo revela una realidad, desintegrada y deformada, percibida a través del dispositivo tecnológico, sino también el incesante cuestionamiento acerca de las limitaciones de la pintura como medio, el caballete, su verticalidad, y esa imposibilidad por revelar los secretos de la cuarta dimensión, sólo aprehensible por medio de una pintura digital y audaz que capta lo inevitable de la vida: el caos.

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