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Una imagen de Peter Bergmann captada por el sistema de vigilancia del Sligo City Hotel
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El misterio del hombre que borró su pasado y apareció muerto poco después

En junio de 2009, apareció el cadáver de un hombre identificado como Peter Bergmann en una playa irlandesa, arrastrado por las olas. Diez años después, policía, periodistas e internautas siguen intentando averiguar qué ocurrió.

Una tarde de junio de 2009, un hombre delgado vestido de negro subió a un autobús en dirección a Sligo, una pequeña localidad costera de Irlanda, no muy lejos de la frontera con Irlanda del Norte. Tres días después, tras pasar la mayor parte del fin de semana tranquilo y a solas, el hombre apareció muerto. Así dio comienzo un misterio que aún hoy, diez años después, tiene en vilo a fuerzas de seguridad, periodistas, cineastas e internautas.

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Esta historia empieza en el primer punto conocido del viaje de este hombre: Derry, en Irlanda del Norte, donde a media tarde subió a un autobús con destino a Sligo.

Llegó a Sligo a las 18:28, cuando el sol del atardecer calentaba las aguas de la bahía, y tomó un taxi al centro de la ciudad. A lo largo de los años, varias personas han señalado este detalle como prueba de que el hombre no conocía la ciudad, ya que la distancia entre la estación y el centro puede cubrirse fácilmente a pie en poco más de diez minutos a paso normal. Por otro lado, el hombre iba cargado con dos bolsas, y su cabello canoso y frágil complexión sugerían la necesidad de recurrir a un taxi.

El primer hotel al que acudió estaba lleno ⎯era un viernes por la noche en plena temporada alta⎯, pero tuvo más suerte en el Sligo City Hotel, en la calle Quay, donde reservó tres noches que pagó por adelantado. En el libro de registro anotó la dirección Ainstettersn 15, 4472, Viena, Austria, lo cual guardaba coherencia con el acento germánico del hombre. También escribió el nombre Peter Bergmann. En ningún momento le pidieron un documento de identidad.

El día siguiente transcurrió sin incidentes. A las 10:49, Bergmann fue a la oficina de correos, donde compró ocho sellos y varias etiquetas de correo aéreo. Hizo varios recados por la ciudad y regresó al hotel para comer y fumar un cigarrillo, manteniéndose en todo momento educado pero distante.

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El domingo, a primera hora de la tarde, salió del hotel, se dirigió a la única parada de taxis de la ciudad y pidió que lo llevaran a una playa tranquila en la que pudiera darse un baño. El taxista llevó a aquel viajero de habla serena a Rosses Point, una península famosa por sus asombrosas vistas y que se hallaba a unos 15 minutos en coche desde donde estaban. Cuando llegaron, Bergmann bajó del coche, contempló la vasta inmensidad azul y se mostró satisfecho con la elección. Sin embargo, en lugar de quedarse, volvió a subir al taxi y pidió que lo llevara de vuelta a Sligo, donde se dispuso a pasar otra tarde en solitario.

Poco después de las 13:00 del lunes, 15 de junio, Peter Bergmann se marchó del hotel y depositó la llave en recepción. Dejó una de sus bolsas y lo que parecía ser un nuevo maletín negro. Se encaminó a la estación de autobuses tomando una ruta más larga y sinuosa; en un momento dado, se detuvo frente a la puerta de un centro comercial y esperó, como si en cualquier instante fuera a darse la vuelta y regresar. Pero reanudó la marcha hacia la estación y, una vez allí, extrajo unos trozos de papel del bolsillo, escribió algo en ellos, los hizo pedazos y los tiró a una papelera cercana. El bus hacia Rosses Point partió a las 14:20.

"Estaba claro que no intentaba ocultarse. Todos los testigos recuerdan una figura afable y con ropa formal que saludaba a quien se cruzaba por su camino"

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Más tarde, se supo que hasta 16 personas habían visto a Bergmann en la playa esa tarde. Estaba claro que no intentaba ocultarse. Todos los testigos recuerdan una figura afable y con ropa formal que saludaba a quien se cruzaba por su camino.

A la mañana siguiente, poco después de las 6:00, un vecino de la zona y su hijo practicaban footing por la playa, entre los últimos jirones de bruma marina. Ellos fueron los primeros en encontrar el cuerpo de un hombre de mediana edad, delgado y con el cabello corto y canoso. Peter Bergmann había muerto, pero el misterio que rodea su historia no había hecho más que empezar.

peter bergmann cafe sligo

Bergmann en una cafetería de Sligo

Visité Sligo por primera vez un viernes de mayo de 2019. Había volado por la mañana desde Dublín y tomado un tren que cruzó el país en tres horas, atravesando campos y ciudades, hasta la estación de Sligo, justo al lado de la estación de autobuses a la que llegó Peter Bergmann tantos años atrás. Hacía un buen día, por lo que decidí ir a pie al centro, dejando atrás el mural de W. B. Yeats, el personaje más famoso de Sligo.

Fui directo al Sligo City Hotel. Quise empezar en el mismo lugar en que lo había hecho Bergmann, aunque no habría sabido decir por qué. Desde hacía más o menos un año, me había dedicado casi por completo a cubrir casos de personas desaparecidas en el Reino Unido y el extranjero. A veces, sus historias son un reflejo de nuestro estilo de vida actual, relatos de soledad y dolor. Pero otras veces solo revelan los misterios íntimos de la persona desaparecida.

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El cadáver de Peter Bergmann había sido trasladado al forense para una inspección post mortem. Había aparecido desnudo, y sus ropas estaban diseminadas por la orilla. Los bolsillos estaban vacíos. No había dinero, ni cartera, ni ningún tipo de identificación. Enseguida se estableció la muerte por ahogo. El hombre tenía la dentadura en perfectas condiciones, salvo por unos cuantos empastes. Fue su cuerpo lo que llamó la atención de los forenses. Estaba maltrecho y deteriorado. Los análisis revelaron un cáncer de próstata avanzado y tumores óseos. Había sufrido varios infartos y le faltaba un riñón. El informe toxicológico no arrojó rastros de medicación en su organismo, pese a la intensidad del dolor que debió de haber sufrido.

"Pronto quedó patente que había algo extraño en torno a la muerte de Peter Bergmann. La ausencia de documentación y de pertenencias, unida al hecho de que todas sus prendas tenían las etiquetas cortadas con tijeras, levantó muchas sospechas"

Lidiamos con los muertos de muchas formas distintas. Algunas son muy sencillas: se recogen los cadáveres, se identifican y se les da descanso sin generar demasiado alboroto. Son difuntos conocidos, con seres queridos que lloran su partida. Las muertes de otros, sin embargo, son más complejas, y llegar a entenderlas requiere que se ahonde en ellas.

Pronto quedó patente que había algo extraño en torno a la muerte de Peter Bergmann. La ausencia de documentación y de pertenencias, unida al hecho de que todas sus prendas tenían las etiquetas cortadas con tijeras, levantó muchas sospechas. La policía comprobó su domicilio en Austria y descubrió que correspondía a un solar vacío; mientras tanto, las pesquisas no revelaban ningún Peter Bergmann que coincidiera con la descripción de aquel hombre. Nunca se llegaron a rastrear las cartas que supuestamente envió desde Sligo.

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A medida que pasaban los días, el misterio se tornó en un fenómeno al que la policía no se había enfrentado jamás. Una cosa eran las personas desaparecidas, pero aquello era algo muy distinto, casi sobrenatural.

Las autoridades lograron recomponer los últimos días de Peter Bergmann gracias a las grabaciones de la red de cámaras de vigilancia de Sligo. Aquella figura de movimientos lentos y meticulosos abandonaba el hotel cada día portando su bolsa morada de plástico llena, y regresaba con las manos vacías. Lo que hacía en las horas que mediaban es un misterio. Al parecer, había distribuido sus pertenecías en varias papeleras de la ciudad, cuidándose mucho de ser capturado por las cámaras de vigilancia. El visionado de estos pequeños fragmentos de vídeo produce una sensación extraña, como la de ver un fantasma deambulando por el mundo de los vivos. El hombre que pasó sus últimos días como Peter Bergmann nunca llegó a ser identificado.

Un sábado por la tarde, en septiembre de 2019, me reuní con el detective inspector Ray Mulderrig en la comisaría de la Garda de Sligo. Él fue el tercer detective al que asignaron el caso Bergmann. En 2009 fue John O’Reilly, a quien más tarde ascendieron y trasladaron a otro distrito. Ray hablaba con gran precisión y me corrigió educadamente cuando le pregunté si sentía fascinación por el caso de Peter Bergmann. “No sentimos fascinación por los casos”, puntualizó. “Simplemente nos llegan y nos ocupamos de ellos”.

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"Una cosa eran las personas desaparecidas, pero aquello era algo muy distinto, casi sobrenatural"

Ray cree que la decisión de ir a Sligo no fue casual. “Parece que lo hizo con un propósito”, me dijo. “Todo lo que hizo parecía tener un propósito: el hecho de cortar las etiquetas de la ropa y el resto de cosas. La pregunta que nos tenemos que hacer es: ¿por qué Sligo? Si lo que quieres es morir en un paraje pintoresco, la costa occidental de Irlanda está plagada de ellos, o incluso Escocia. Algo tuvo que atraerlo aquí, aunque nunca hemos averiguado qué fue”.

Pese a los callejones sin salida y las falsas pistas, Ray recuerda la cantidad de horas que dedicaron a buscar respuestas. No escatimaron esfuerzos para resolver el caso. Habían organizado búsquedas y seguido indicios, por muy disparatados que pudieran parecer. Tienen muestras de ADN de Bergmann, su ropa y sus restos mortales. El asunto es ahora un juego de la espera que podría prolongarse ad aeternum. “Yo lo comparo con un ordenador que ha pasado al ‘modo suspensión’”, dice. “Cada vez que aparece nueva información o un testimonio creíble, movemos el ratón y el ordenador vuelve a estar operativo”.

Con los años, han surgido todo tipo de teorías disparatadas, la mayoría de ellas por internet. En el momento de escribir este artículo, conté hasta nueve hilos distintos de Reddit dedicados al misterio de Peter Bergmann. Unos especulan que se trataba de un agente de los servicios de inteligencia, o un gánster que había huido de una oscura organización criminal. Otros postulan que Bergmann intentaba cobrar la indemnización de un seguro de vida para sus seres queridos.

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Alguien incluso sugirió que todo era un sofisticado engaño ideado por el cineasta irlandés Ciaran Cassidy ⎯cuyo documental The Last Days of Peter Bergmann (2013) era, hasta hace poco, el único documento audiovisual del caso⎯ en clave de crítica vanguardista a la fascinación que suscitan este tipo de crímenes. Consulté este extremo directamente con Ciaran por Twitter y su respuesta me llegó a los pocos minutos. “Es auténtico”, rezaba el mensaje. “Bienvenido a mi paranoia”.

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Bergmann fumando un cigarrillo

En septiembre de 2019, conocí a Treasa Nealon, autora de A Dream of Dying, una obra que narraba la historia de Bergmann a la inversa y que despertó mi fascinación por el caso hace unos tres años.

Tras un extenso intercambio por Twitter, me reúno con ella a primera hora de la tarde en el Riverside Hotel de Sligo y le pregunto cómo llegó el caso a su conocimiento. Pese a haber crecido en una pequeña población a escasos kilómetros de Sligo, Treasa nunca había oído hablar de Bergmann antes de escribir la obra; supo del caso tras una búsqueda de “personas desaparecidas en la costa de Irlanda” y, desde entonces, no ha podido dejar de leer al respecto. La historia apelaba a su sentido de la empatía y la creatividad a partes iguales.

“Es demasiado intrusivo decir que ‘escribí la obra desde su punto de vista’. No puedes pretender adivinar lo que pasaba por la cabeza de ese hombre”, dijo. “Yo creé una imagen de él a partir de una historia de trasfondo. Espero que tuviera una infancia feliz y una vida apacible, aunque nunca lo sabremos con certeza. Todo lo que nos ha dejado está impregnado de tristeza. Me alegra mucho saber que has visto la obra y que también ha removido algo en tu interior, porque quiero que lo identifiquen. Desde luego, la gente desea conocer la respuesta, pero él no quería que su identidad fuera revelada. Quizá pensó que no le importaría a nadie, no sé”.

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"Todo lo que nos ha dejado está impregnado de tristeza"

Juntos repasamos lo que sabíamos del caso. Estaban la ropa con las etiquetas cortadas y la habitación del Sligo City Hotel. Estaban las imágenes granuladas de las cámaras de vigilancia que muestran a ese hombre sentenciado yendo de un sitio a otro, afanándose en los que serían sus últimos recados, cuya verdadera naturaleza solo podemos intentar adivinar. Están el documental y la obra, y las teorías y especulaciones de internet que transforman el entramado de detalles precisos en un intrincado tapiz conspiranoico. Y por último, están aquellas personas que quedaron atrás, quienesquiera que sean.

Cuando se denuncia una desaparición, lo habitual es ver a los miembros de su familia y a las personas de su entorno expresando su preocupación por el suceso. Se imprimen carteles hechos por ellos mismos, se organizan campañas de búsqueda y se coordinan las tareas. Y mucho después de que se hayan agotado los recursos policiales y el interés mediático, habrá alguien que siga padeciendo el dolor por la pérdida.

Pero en el caso de Peter Bergmann, no hay seres queridos conocidos, solo personas que, por interés profesional, ejercen presión para obtener respuestas. El recuerdo arraigado y el dolor se ven remplazados aquí por vagas reminiscencias de encuentros fortuitos. El taxista que recuerda a aquel pasajero educado y de voz suave. Los bañistas de la playa, que ignoraban estar presenciando las últimas horas de el misterioso hombre. Algunos opinan que la investigación inicial se abandonó demasiado pronto. Que alguien, en alguna parte, debe de recordar su verdadera identidad o poseer la clave para desvelarla. Pese a que persiste cierto interés ⎯en especial desde la emisión de un podcast del Irish Times en el que se retomaba el caso⎯, Ray Mulderring me aseguró que no han vuelto a recibir informaciones convincentes.

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“Seguimos un formato estandarizado para la investigación de personas desaparecidas”, señaló. “A veces desaparecen solo un breve periodo de tiempo. Hay casos en los que se quitan la vida de tal forma que nunca podemos llegar a recuperar su cuerpo. En 2008 tuvimos el caso de una persona desaparecida que sospechábamos que podrían haber asesinado. La identificamos ocho años después, con ayuda de la policía de Gales y la tecnología de reconocimiento de huellas dactilares. El caso de Peter es inusual. No hay denuncia de desaparición y nunca la ha habido. Nadie ha venido nunca a decirnos que este hombre era su padre, su hermano o su primo”.

"Desafía todas nuestras expectativas sobre los casos de desaparición"

Peter Bergmann, el hombre que se transformó en un fantasma, desafía todas nuestras expectativas sobre los casos de desaparición. Las posibilidades varían, desde las desapariciones diarias a los casos que acaban elevándose a mitos. Desaparecen personas a todas horas, por toda clase de razones. Pueden haber sido secuestradas y heridas, sin duda. Pueden haberse perdido para siempre tras decidir dejar atrás su vida.

En Sligo, todos los casos no resueltos tienen la misma prioridad, y siempre hay varias investigaciones en curso de forma simultánea, tal como apunta Ray: “Los casos a largo plazo como el de Peter son exactamente iguales que cualquier otro. Ahora tenemos cuatro o cinco casos abiertos, entre ellos uno de 2011 de una mujer que estamos tratando como un asesinato. Vamos, indagamos, observamos, pero en algunos casos nunca encontramos a la persona”

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peter bergmann sligo

Bergmann en el interior del Sligo City Hotel

En Irlanda, se denuncia una desaparición cada día. La cifra alcanza las 9000 denuncias al año. Según datos de 2015, el periodo medio de tiempo que debe transcurrir para declarar a alguien oficialmente desaparecido por los gardaí es de más de diez años, y el caso más antiguo data de 1967.

En 2015 se reveló que era imposible saber cuántos cadáveres sin identificar había enterrados o conservados en las morgues de Irlanda. La mayor parte de los casos de desapariciones se resuelven en cuestión de horas o días, como ocurre también en otros países. El adolescente rebelde vuelve a casa o se localiza a la persona anciana desorientada y las cosas vuelven a su cauce. Pero eso no es excusa para ignorar a quienes todavía siguen ausentes. Por cada Peter Bergmann que llama la atención de los medios, hay un caso como el de la calavera de hombre hallada en el mar en febrero de 2006. Los análisis señalan que tendría entre 25 y 45 años cuando murió y que probablemente era de ascendencia norteafricana. La calavera había estado en el agua durante menos de un año. La Interpol intervino y se hizo circular el perfil genético del individuo, pero su identidad sigue siendo un misterio a día de hoy.

La historia de Peter Bergmann da un vuelco a todo lo conocido, tornándolo nuevo y extraño. Sabemos que él tomó todas las decisiones, desde el pseudónimo con el que se registró hasta el lugar y la hora de su muerte. Tal vez su historia sea una reivindicación extrema de la capacidad de controlar nuestras decisiones. Su enfermedad estaba en fase terminal y quería morir, y así lo hizo, con una premeditación inusitada. Sus huesos y corazón albergaban una sentencia de muerte, pero él sería el único que decidiría sobre el tiempo que le quedaba de vida.

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Antes de mi segunda visita a Sligo, hablé con Tosh Lavery, un exmiembro de la Garda que había pasado 30 años en la unidad de submarinistas, investigando algunos de los asesinatos más cruentos y casos de desapariciones de Irlanda. Desde que se jubilara, a principios de esta década, ha colaborado con las familias de personas desaparecidas de todo el país para reavivar el interés en sus casos cuando empieza a decaer. Tosh es un ferviente defensor de las personas desaparecidas y tiene su teoría sobre el caso de Bergmann. Su resolución es ya un asunto moral, como lo son los de todas las desapariciones para él. Me contó lo mucho que detesta la palabra “cerrado”, que tan a menudo suele oírse al hablar de estos casos, incluido el de Peter Bergmann.

“No entendía lo que querían decir con eso”, me explicó por teléfono. “Encontrar a la persona y llegar al fondo del asunto no compensa todo el tiempo que sus allegados han tenido que vivir en la incertidumbre”.

"El hombre intentó ocultar su identidad con gran denuedo para que nunca lo descubrieran. Las pruebas forenses sobre las circunstancias de su muerte señalaban a un hombre que no quería ser recordado por las razones que fuera"

Cuanto más pensaba en el hombre que se hizo llamar Peter Bergmann, más dudas empezaron a surgirme respecto a los motivos de mis propias pesquisas. El hombre intentó ocultar su identidad con gran denuedo para que nunca lo descubrieran. Las pruebas forenses sobre las circunstancias de su muerte señalaban a un hombre que no quería ser recordado por las razones que fuera.

¿Acaso tenía yo, o cualquier otro, derecho a ignorar esa declaración de intenciones por simple curiosidad? Y ¿qué era lo que esperaba encontrar? Al igual que Tosh, me preguntaba qué sentido tenía el cierre del caso de Peter Bergmann. ¿Nuestras ansias de saber prevalecen sobre su derecho a ser olvidado? Hay muchas respuestas, cada una de ellas con una verdad parcial e insatisfactoria. Pero Peter Bergmann no es el único; su historia me trajo a la memoria otro caso del siglo XXI que llamó la atención de la comunidad internauta y desconcertó a la policía.

En septiembre de 2001, un hombre de 25 años se registró en un motel en un pueblo de la zona rural de Washington bajo el pseudónimo de Lyle Stevik. Varios días después, fue hallado su cadáver y se determinó que se había suicidado. Había dejado una nota y algo de cambio, pero se había tomado muchísimas molestias para ocultar su verdadera identidad. Pasaron los años y los indicios se fueron enfriando, pero un tenaz grupo de personas seguía revolviendo en su memoria, intentando descifrar el rompecabezas de una triste historia.

"¿Nuestras ansias de saber prevalecen sobre su derecho a ser olvidado? Hay muchas respuestas, cada una de ellas con una verdad parcial e insatisfactoria"

En 2018 se produjo un hallazgo. Un examen de ADN permitió a la policía localizar a la familia del hombre, que había perdido el contacto con él muchos años antes de su muerte. Creían que seguía vivo y que simplemente había querido cortar la relación con ellos y empezar una nueva vida. La familia pidió que se respetara su privacidad y así se hizo.

Durante mis últimas horas en Sligo, hice lo que me había propuesto hacer en Rosses Point. Declinaba la tarde de aquel sábado. Un cielo plomizo lo cubría todo y caía una fina llovizna. Me quedé allí unos minutos, observando la blancura del agua fundirse con el océano Atlántico y dejando que mis pensamientos navegaran a la deriva. Supongo que estaba intentando sentir lo que sintió el hombre que se hacía llamar Peter Bergmann cuando estuvo allí hace muchos años, resuelto a cumplir con su propósito. No pude evitar sentirme culpable, un intruso en el lugar tan cuidadosamente escogido por Peter Bergmann para pasar sus últimos instantes. En un estado de confusión, cogí un puñado de arena y dejé que se escapara por entre los dedos mientras arriba el sol empezaba a asomar por entre el espeso manto de nubes.

@ffranciscodgf

Este articulo se publicó originalmente en VICE UK.