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Ketamina: ¿la nueva droga milagrosa?

La desesperación llevó a Danielle a recurrir a la droga callejera. En el bolso lleva siempre pastillas y un inhalador de ketamina. Para ella, y muchos otros, este anestésico para caballos convertido en droga de diseño ha pasado a ser la única medicina...

Danielle Cosgrove estaba tumbada en una cama de hospital mientras recibía el fármaco por vía intravenosa lentamente. Se dio cuenta de que la droga estaba haciendo efecto cuando las paredes empezaron a fundirse.

“Fue muy, muy espantoso”, confesó esta menuda mujer de 27 años sobre su primera experiencia con la terapia de infusión de ketamina, un tratamiento tan popular como poco legalizado para dolencias como la depresión o el dolor intratables, y de la que ella es una firme defensora. “Pensaba que las paredes eran de hielo y que se estaban derritiendo sobre mí y me ahogarían.”

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Para Danielle, lo único peor que las alucinaciones es el dolor constante e insoportable, el rasgo distintivo del síndrome del dolor regional complejo, un extraño trastorno neurológico que desarrolló tras sufrir un terrible accidente con una camioneta todoterreno en Qatar en 2010. Probó sin éxito una serie de tratamientos invasivos e incluso potentes opiáceos como OxyContin. En 2011, como último recurso, recurrió a la terapia de infusión de ketamina.

“Es como tener el volumen de tu sistema de dolor al máximo: todo lo que te duele después de desarrollar la enfermedad, duele más y todo lo que te dolía antes, también”, nos explica el doctor Enrique Aradillas López, protegido del padrino americano de la terapia de infusión de ketamina, el doctor Robert Schawartzman, y prestigioso médico del departamento de neurología de la Universidad de Drexel.

“Las neuronas que han cambiado están desinhibidas y en un constante estado de excitación, como un chaval atrapado en un agujero K”, aclara el doctor Aradillas. “La ketamina bloquea los receptores NMDA y posibilita la restauración de la neurona a su estado original. En cierta forma, es como si reiniciaras el sistema del dolor.”

La desesperación llevó a Danielle a recurrir a la droga callejera —Kit Kat o especial K— que había estado evitando cuando estudiaba en Londres. Desde que empezó el tratamiento, ha estado viajando entre su casa de Texas y los hospitales de Chicago, primero, y Filadelfia después, sometiéndose a decenas de infusiones intravenosas de ketamina y a varios días de colocón. En el bolso lleva siempre pastillas y un inhalador de ketamina. Para ella y otros muchos, este anestésico para caballos convertido en droga de diseño ha pasado a ser la única medicina eficaz para su dolor.

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“Es una droga extremadamente valiosa [como analgésico]”, dice el coronel Chester ‘Trip’ Buckenmaier III, médico militar que defendió el uso de la ketamina como fármaco de primera línea para tratar a los soldados estadounidenses heridos en combate. “La ketamina era nuestro último recurso cuando todo lo demás fallaba.”

Esta terapia empezó a practicarse en 1999, y durante esta última década ha aumentado su uso poco ortodoxo como anestésico de quirófano. Solo en los últimos dos años se ha disparado el número de clínicas en EUA que ofrecen infusiones de ketamina para tratar dolencias como la fibromialgia, un síndrome que provoca dolor a largo plazo por todo el cuerpo, los trastornos alimentarios o el trastorno obsesivo compulsivo.

El doctor Aradillas López mencionó más de una docena de nuevas clínicas que ofrecen este tratamiento. Aunque el coronel Buckenmaier no supo especificar cuántos hospitales militares han adoptado esta terapia, asegura que solicita los protocolos una vez por semana. El doctor Philip Getson, también de la Universidad de Drexel, sitúa la cifra de clínicas que lo practican en 60.

“Probablemente sea el fármaco antidepresivo con los efectos secundarios más leves de los agentes que se utilizan actualmente”, asegura el doctor Glen Brooks, un anestesiólogo que, hace dos años, abrió el Centro de Infusiones de Ketamina de Nueva York, en el downtown de Manhattan, para tratar a pacientes con depresión resistente a los fármacos. “La mayoría de mis pacientes son suicidas. Muchos de ellos se han sometido sin éxito a la terapia electroconvulsiva y la estimulación magnética transcraneal. A pesar de ello, estoy seguro de que visitaré a muchos pacientes cuya respuesta a la ketamina sea drástica.”

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Los investigadores creen que esta droga funciona como otros antidepresivos, regulando la actividad de sustancias electroquímicas específicas del cerebro. La diferencia, según el doctor Brooks, es que si bien otros antidepresivos actúan sobre monoaminas como la serotonina, la norepinefrina o la dopamina, que suman solo el 15 por ciento de los neurotransmisores del cerebro, la ketamina actúa sobre el glutamato, un aminoácido que representa el 50 por ciento del tejido nervioso del cuerpo. Los ISRS deben tomarse cada día. En cambio, una única dosis de keta mantendrá a un paciente feliz durante meses.

“El único efecto secundario de la ketamina aparece durante la infusión: se produce una especie de experiencia extracorpórea”, dice Brooks. “A la mayoría de los pacientes les gusta. Los pacientes jóvenes disfrutan de esta sensación mientras escuchan su música.”

Algunos pacientes dicen sentirse como atontados y felices durante un día después de la terapia. Danielle, en cambio, lo describe como una sensación de extenuación y nerviosismo, que la vuelve antisocial durante varios días.

La FDA aprueba la ketamina exclusivamente para su uso como agente de inducción —es decir, lo que te deja KO en la mesa de operaciones—. Sin embargo, en el mundo de la medicina es bastante habitual administrar ketamina sin prescripción, como ocurre con Neurontin, un fármaco anticonvulsivo que también se usa para tratar la ansiedad, o Provigil, un medicamento para la narcolepsia que se administra a pacientes con TDAH.

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En cierto modo, la ketamina es distinta, porque es más efectiva administrada por vía intravenosa, lo cual debe hacerse en un hospital o una clínica y a menudo en combinación con otros medicamentos fuertes, como Versed, para contrarrestar sus efectos alucinógenos. Las infusiones pueden durar horas e incluso días. Todavía no hay acuerdo entre los expertos sobre qué cantidad de ketamina es la adecuada para un tratamiento seguro y terapéutico.

“Hago el tratamiento regularmente: cada dos semanas o cada dos meses”, dice Danielle. “Es una droga muy fuerte como para metértela en el cuerpo constantemente. Tienes que poder decir, voy a seguir haciéndolo hasta este punto.”

La falta de financiación y de ensayos clínicos a gran escala hace que ese punto sea difícil de identificar. Dependiendo del paciente y de su enfermedad, Brooks administra la droga en dosis de una o dos horas mientras los pacientes están sentados en una silla, como si fuera una sesión de quimioterapia o de diálisis. En cambio, el doctor Arradillas López prefiere que los pacientes permanezcan diez días en unidades de cuidados intensivos con infusiones lentas y continuas.

“La FDA nunca aprobará el uso de esta droga [con fines terapéuticos]”, comenta el doctor Brooks, y añade que, sin el beneplácito de la Administración, tampoco recibirá la financiación de las compañías de seguros. “No somos tantos los que hacemos esto, por lo que no existen estándares de atención.”

Según Buckenmaier, la comunidad médica está dando la espalda a uno de los mejores analgésicos que existen. “En mis 26 años como militar, las muertes causadas por la gestión del dolor fueron debidas al uso de opiáceos”, cuenta el coronel. “Yo siempre digo que si la droga dentro de esa máquina hubiera sido ketamina, toda esa gente estaría viva ahora mismo.”

Por ahora, todo apunta a que la terapia de infusiones de ketamina languidecerá a la espera de la aprobación de la FDA, confinada a unos pocos hospitales militares y a un puñado de instituciones de investigación o clínicas como la de Brooks.

Sigue a Sonja Sharp en Twitter.